José Antonio RIO BERNAD nació en Chía el 31 octubre 1941. Hoy cumple 81 años.
Hijo de Mercedes Bernad Cazcarra, de casa Pardina de Gistaín, y de Marcial Río Ballarín, de casa Bringué de Chía.
¿Cuántos hermanos fueron?
Fuimos siete hermanos. El mayor era gemelo mío, Marcial. Murió con dos o tres años de un accidente en casa Sansón, se cayó hacia atrás en un caldero hirviendo mientras hacían el mondongo de la matanza. Después de Rosita había otra chica, Mari Carmen, que murió a los tres años de una gastroenteritis. Así que quedamos cinco: María Jesús, Rosa, Marcial, Ramón y yo.
¿Casa Bringué es familia de casa Sansón?
Mi abuelo paterno era de casa Bringué y mi abuela paterna vino de casa Sansón. Se casaron dos hermanos de Bringué con dos hermanas de Sansón; el hermano de mi abuelo Marcial marchó a casa Sansón, José Río Mallo. Los hermanos de mi abuelo eran cuatro chicos y tres chicas, y de los chicos había un cura llamado Antonio y dos monjas. Mi abuelo tuvo cuatro hijos, tres chicos y una chica.
¿Cómo era casa Bringué en los años 40?
Teníamos el hogar en campana, con el cremallo y el caldero debajo, con los bancos y la cadiera alrededor. Casa Bringué era la típica casa-patio de la montaña, con su era, pajar y cuadras. Ahora es una construcción nueva que hicimos para poder tener cada uno de los hermanos un apartamento.
Hay constancia documental (recogida por el historiador Guillermo Tomás Faci) de que Berenguer de Chía tenía viñas en Castejón en la Edad Media y pagaba impuestos en uva. Bringué viene de Berenguer.
En la Garriga tenemos la borda de casa Bringué. Me decía mi abuelo Marcial que en el prau de l’aiguau que era relativamente llano, donde llegaba antes la primavera (crecía la primera hierba y salían las primeras flores), habían tenido viña hasta que llegó la filoxera a principios del siglo XIX. Mi abuelo Marcial murió en 1963, el año que cumplía los 95; nació en 1868. Está enterrado en el cementerio de la iglesia de San Martín.
¿Cómo eran sus padres?
Mi padre tenía un genio bastante especial. Fue alcalde de los años 50 a los años sesenta y algo. Mi madre era un encanto; murió joven en 1970, a los 55 años. Llevó la centralita de teléfono de Chía que se instaló en 1960 en casa Bringué.
¿Cómo se vivía en la primera mitad del siglo XX en Chía?
Aquí las casas vivían de la ganadería y la agricultura siguiendo una tradición de siglos. El objeto de la producción era la subsistencia, o sea, comer y malvestir. El dinero, que era para los gastos que no podían sufragarse con otra cosa, se hacía de la ganadería y especialmente con la recría de las mulas. Mi padre había estado en Barcelona, pero mi abuelo no, a pesar de que dos hermanas de mi abuelo eran monjas en Jesús y María, y además tenía un hermano cura que lo mataron en Bonansa durante la Guerra Civil. Recuerdo haber visto en casa un baúl con la teja, la sotana, y todas las cosas de mi tío-abuelo cura, además de muchos escapularios y estampas que nos enviaban las monjas.
Aquí había muchas ovejas y en invierno las sacaban a la “terra baixa”; en casa Bringué habría doscientas y pico. Mi abuelo materno tenía unas 1.000 ovejas en Gistaín y se llevaba las de Bringué con las suyas. De Gistaín, también bajaban ovejas de casa Saila, de casa el Sastre… se juntaba un rebaño grande que pasaba el invierno con un mayoral y tres pastores.
El ganado que se criaba aquí eran ovejas, mulas y vacas, además de las caballerías de trabajo, burro o caballo o yegua, dos o tres machos, todos para vender en la feria. Las mulas y los machos se llevaban a las ferias de Graus o Barbastro. Recuerdo que mi abuelo Marcial Río Mallo contaba que él iba a Francia a comprar las mulas con sus primos de Benasque (su primo de Agustina hablaba francés perfecto porque había estudiado en Francia). Río, de casa Agustina de Benás (de donde vino mi bisabuelo) y Mallo de su madre, la heredera de casa Bringué. Había un “maquignon” (tratante de ganado) para la zona de Toulouse y otro para la zona de Burdeos. En la zona de montaña de la frontera se entendían entre el patois del lado francés y patués del lado español. El maquignon los acompañaba por las casas que vendían las mulas jóvenes, pero mi abuelo no necesitaba ni al maquignon ni al primo de casa Agustina para entenderse con los montañeses franceses.
Por la mañana, que había mucho sueño, a mí me mandaban a soltar los corderos por los campos de aquí cerca. Las fincas que se habían cultivado con trigo y cebada y que ya se habían segado eran para los corderos. Yo tenía siete años y ya iba a guardar los corderos. Me pasaba el día corriendo detrás de las ovejas, porque corrían más que yo. Las vacas en verano las enviaban a la montaña; en casa había pocas, en la mayoría de casas dos o tres máximo. Fundamentalmente, lo que se criaban eran mulas para trabajar en los campos de Castilla, Huesca, Tortosa, etc. Los últimos años de las mulas, iban a las ferias y volvían quejándose del desastre que era recriarlas porque no recuperaban lo que les habían costado, pero no cambiaban de modelo económico. La gente no era dada a viajar o a conocer otros lugares y poder ver cómo cambiaba la vida -tampoco había posibilidades económicas para hacerlo- y se aferraban a un modo de subsistencia tradicional sin ver que estaba agonizando.
¿Quedaba tiempo para jugar y divertirse?
Los niños jugábamos a los pitos (canicas), al redol (el aro) y a la pelota, que llegó pronto. En la antigua escuela, en la plaza, los jóvenes jugaban al trinquete, al frontón con la mano. La pared era de piedra, pero había una frontera de yeso. La pelota muchas veces caía en los huertos de Sansa, Ramondarcas, Matías… y la recogían corriendo para que no les echaran la bronca.
Todos los fines de semana había baile en la plaza. En la orquesta había una guitarra, un laúd, un violín… tocaban el abuelo de Agapito Dorotea, el padre de Enrique Oros, Jorge Siresa y algunos más. Ahí bailaban todos, solteros, casados… luego ya vinieron los profesionales.
Para la fiesta se plantaban mallos en la plaza, que era de tierra, se encajaba el tronco en el agujero y se subía tirando entre todos. Eran pinos pelados que se traían de Pinedo y se dejaban sólo las ramas de arriba. El que llegara a coger el cordón de la punta, ganaba el árbol. La orquesta se quedaba dos días enteros, para hacer el baile de mayodormos, el baile de los mozos a La Encontrada y el baile de la tarde-noche. Los críos dábamos vuelta alrededor del turronero que subía de Graus; recuerdo que tenía una vara y si nos acercábamos demasiado nos daba con la vara diciendo: “se mira pero no se toca”.
¿Le gustaba ir a la escuela?
Estuve en la escuela de Chía hasta los 10-11 años. En Los Escolapios de Barbastro hice hasta 4º y revalida. Si me sacaron a estudiar es porque mi abuelo materno, que era secretario de Gistaín, Plan y San Juan, logró convencer a mi padre. Me gustaba ir a la escuela y sobresalía entre los demás niños; el maestro vivía en casa Bringué y me preparó para examinarme de ingreso.
Estuve cuatro años interno en Los Escolapios. De Barbastro a Chía venía sólo en verano y Navidad, en coche de línea, parando en todos los pueblos y con unas carreteras de miedo. En la baca del techo iban los equipajes. Eran años de mucha escasez. Yo he visto las cartillas de racionamiento, eran cupones para el arroz, la harina, el azúcar, que era moreno y malo. El que tenía dinero y medios, lo conseguía por otro lado. En casa el azúcar era blanco, mi abuelo se movía muy bien en Gistaín y conseguía cosas de Francia.
(Fotos de Barbastro de los años 50 y 60 de Jorge Mayoral Meya)
¿Y después de los Escolapios de Barbastro?
Al acabar 4º y reválida, tendría 14 años. Mi padre quiso que volviera a casa para trabajar. A mí me parecía que trabajar todo a mano no tenía ningún futuro, viendo el esfuerzo que se invertía para un rendimiento miserable, tenía claro que yo me iba a estudiar. Aquí había una pareja de bueyes (la mayoría de las casas labraban con vacas) y me tocaba labrar a mano con los bueyes y el arado romano. Yo me hacía muchas preguntas mientras trabajaba; eso era una aberración, me descomponía. Tenía 16 años. Las esquinas se hacían a mano, para recoger apenas un cuarto de kilo de cebada más… Claro, cuando no se ha salido del pueblo y el argumento es “se ha hecho siempre así”, no se tiene perspectiva ni amplitud de miras para comprender que las cosas se pueden hacer de otra forma. Hasta mediados del siglo XX, el negocio de las mulas había dado cierto margen para vivir con comodidad, la vida era mucho más sencilla y los gastos eran insignificantes. El dinero efectivo venía de las mulas y de algún ternero que se vendía; se comía de lo que daba la tierra (cereal, patatas, el huerto) y la carne de los animales criados en casa (corderos, gallinas, conejos, cerdos); pero todo estaba cambiando y mi padre no quería verlo. Aquello generó muchas discusiones y enfados. Fueron unos años de inflexión en todos los aspectos, lo económico, social, tecnológico, político, etc.
Los que nacimos en los años 30 y 40 en España hemos vivido y sufrido una profunda transformación del modo de vida en todos los aspectos.
Mi padre tenía dos hermanos y una hermana. Ella se casó en Castejón de Sos, en casa Puyol que era tienda de ultramarinos. Mi tío José, el pequeño de los hermanos de mi padre, murió en la batalla del Ebro. Un hermano de mi padre, tío Antonio, había estado en el seminario muchos años, pero se salió antes de ordenarse cura y entró en el ejército. Fue a Marruecos y allí le cogió el alzamiento. En realidad, sabía más de latín que de táctica militar. Cuando acabó la guerra era teniente y lo destinaron a Zaragoza. Como sobraban militares en aquellos años de la postguerra, entró a trabajar en el Ministerio de la Vivienda en Zaragoza. Fue él quien me ayudó a ir a Zaragoza, donde hice Bachillerato y la licenciatura de Químicas. Una vez allí conseguí una beca para pagarme los estudios. Sólo podía entenderme con mi tío Antonio. Le decía, “yo aquí no me quedo”. Al terminar químicas en Zaragoza con una beca del Estado, me fui a Barcelona a hacer el doctorado con una beca de los americanos.
La vida en Barcelona tampoco sería un camino de rosas
Yo tenía 28-29 años cuando murió mi madre. Ya estaba en Barcelona, en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) con un contrato con una agencia americana que me pagaba una beca de 7.000 pesetas al mes que me permitía vivir. Investigaba en polímeros ocho horas al día; de seis a nueve de la noche estaba dando clases en un colegio para mejorar mis ingresos. Aquellos contratos con las agencias americanas eran como unas capitulaciones, vendías el alma, porque firmabas que renunciabas a cualquier titularidad sobre tus hallazgos, y la utilización y ventajas que se sacaran de tus investigaciones eran propiedad de la empresa que pagaba la beca. Cada mes se hacía un informe de los avances de los proyectos en marcha. El primer polímero que aguantaba 400º de temperatura sin destruirse fue fruto de mis investigaciones.
Y llegó el momento de casarse y crear su familia
En 1970 me casé con María Pilar Cortés en Zaragoza. Ella estudiaba Filosofía y Letras en la Universidad de Zaragoza, que fue donde nos conocimos. Tuvimos tres hijos: Jesús que vive en Londres, el segundo, que murió antes de nacer, y Juan que vive en San Francisco. Tenemos seis nietos: Victoria y Juan, hijos de Jesús y su mujer, que es inglesa; Jaime, Pilar, Rita y Enrique, hijos de Juan y su mujer, que es lisboeta.
¿Qué aconseja a sus nietos?
Educación, preparación y constancia en lo que les guste estudiar y trabajar. Y cada vez es más imprescindible. Los robots ya empiezan a funcionar, y no tardarán en llegar para las cosas manuales, con lo que esos trabajos van a desaparecer.
¿Cómo ve el futuro de Chía?
A mi entender, aquí hay dos posibilidades hoy por hoy: el turismo y la ganadería extensiva. El problema estructural que tenemos en este valle es la mala comunicación: tanto en lo que se refiere a los sistemas de transporte, como a las telecomunicaciones. Deberíamos estar bien comunicados hacia Europa y hacia el resto de España. La nieve tiene un futuro incierto con el cambio climático. Para invertir en industria hay que contar con buenas comunicaciones para sacar el producto. Suiza tiene una magnífica industria de precisión de alta tecnología, también industria química y farmacéutica potente, ¿por qué? porque tiene unas comunicaciones fantásticas… y es el país más montañoso de Europa; es un queso gruyere, hay túneles por todas partes para no tener que subir y bajar las montañas para ir de un sitio a otro, lo que permite el transporte de mercancías en tiempo razonable. Y en Suiza se respeta mucho el medio ambiente y la ecología.
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