MARÍA JOSEFA MALLO PALLARUELO, de casa Navarro

Josefa nació un 11 de septiembre 1943 en casa Castán de Chía, hoy hace 79 años. Hija de Amada Pallaruelo Aventín, de Navarro (la madre de mi madre era hermana de tío Juan de Taberna, ella se casó con Juan de casa Navarro, mi abuelo), y de Enrique Mallo Palomera, de Palomo.

Siñó Juan de Navarro, abuelo de Josefa, en la Viña Castán

¿Cómo es que nació en casa Castán?

Mis padres trabajaban en casa Castán. Viví allí hasta los 30 años. Casa Navarro estuvo cerrada mientras mi padre trabajó para casa Castán. En los años 60 se usó casa Navarro como escuela, cuando hacían las obras en las escuelas de la plaza. Hasta que mis hijos tuvieron 14-15 años, también íbamos a la caseta de Castán cuando subíamos a Chía.

¿Cómo la llaman?

En casa Castán, Mari Pepa; el resto de Chía, Josefa; en Zaragoza, Mari.

 

Trinidad de Pallás, a quien Josefa llama «madrina»

¿Cómo eran sus padres?

Amada, mi madre, murió el 15 de octubre de 1943, yo tenía poco más de un mes; creo que de complicaciones del parto, una infección o una hemorragia. El único recuerdo que tengo de mi madre es una foto de cuando hizo la Primera Comunión en Francia. Los abuelos trabajaron un tiempo en Francia, pero luego volvieron y ya se quedaron en Chía. Me crió la hermana de mi padre, Trinidad de Pallás, durante seis años hasta que se casó con José de Sansón. Quedarse una sin madre es muy duro.

Amada con su hermano Juan, que murió joven y fue enterrado en la fosa común de tuberculosos de Chía.
Josefa con su abuelo Juan de Navarro, Beatriz de Taberna y su marido.

Enrique, mi padre, era un poco barbero. A mi me peinaba siempre con la raya en medio y me hacía trenzas. También recuerdo que él hacía un pan buenísimo. Yo pelaba un caldero de patatas para hacer el pan. En casa Castán había un horno, se hacía pan cada 15 días.

Enrique, el padre de Josefa, delante de la caseta de casa Castán

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando “madrina” se casó con tío José, mi padre se casó con Adela de Chuana. Yo tendría unos seis años. Adela se pintaba y se arreglaba para pasar la tarde con los señoritos de Castán.

 

¿Qué recuerda del colegio?

La maestra era Luci. De mi edad éramos tres chicas: Rosita de Bringué, María Jesús de Artasona y yo; y tres chicos: José Dorotea, Rafa de Mateu y Juanito Chongastan. Jugábamos a la pelota y a escondernos. Me acuerdo de que subía un señor que compraba hierros y andábamos por las casas vacías a buscar cosas para vendérselas y tener alguna perra.

Josefa Mallo Pallaruelo

¿Cómo era su vida en Chía en los años cuarenta y cincuenta?

He trabajado muchísimo, desde que me levantaba hasta que me acostaba.

Siempre había algo que hacer: ordeñar las vacas, dar de comer a las gallinas, hacer comida para los conejos por las barreras, deshojar las ramas para dárselas a las vacas, cuidar las vacas, coger patatas, plantar o cuidar el huerto, quitar piedras de los campos, hacer la comida para los cerdos, limpiar el palomar, cargar el carro de hierba, atar gabillas y dejarlas en redondo para hacer una feixina, limpiar la casa -que era muy grande-, hacer la colada, lavar platos, ayudar a hacer la comida. Nunca he cogido setas. De pequeña, antes de que hubiera agua corriente, íbamos a buscar agua a Puntillo. En casa Castán iban todos los días con caballos cargados con un par de botijos grandes cada uno. Lavábamos a mano, en el lavadero de casa Castán, con agua fría.

Entre unas cosas y otras, no salía a la plaza para nada.

¿Qué recuerdos especiales o curiosos de Chía nos cuenta?

Me gustaba ir a hacer la hierba en Chichuén, porque hacíamos allí la comida, en una caseta. Para mi era una fiesta.

También me acuerdo del tedero, un hierro redondo donde colocábamos las teas para tener luz dentro de casa. Traímos las teas de Pinedo.

Había un montón de flores en el jardín de casa Castán, en el frente de la casa había muchísimas petunias. Un año mi hijo Enrique destrozó todas las flores de la placeta.

Don José era “el jefe” de la familia y daba mucho respeto. Don Mariano iba “a su bola”, venía al campo cuando hacíamos la hierba, le gustaba charrar con todos. La señorita Encarna, la madre de Mari Feli, valía mucho para todo, fue una gran mujer.

Papá, un criado y el pastor iban a La Cuadra a hacer leña y la tiraban al río Ésera por donde hay un puentecico, donde el Congosto, y allí la recogía un camión.

Boda de Beatriz de Taberna (hermana de Dámaso de Taberna, el marido de Julia) en la sala de casa Marcial: Federico Sansa, Juanito Barbero, Mariana Gregoria, Mariano Marcial, el hijo de Adolfo de Taberna (que murió en el pantano de Villanova cuando fue a coger unas truchas), Carlos de Taberna, Josefa peinada con raya en medio, Padrino (Juan de Navarro)
Excursión al río con la familia de Casabón. De dcha a izq: Daniel de Casabón, Josefa, la mujer de Daniel (hermana de Manoleta de Peri), Enrique de Navarro, Adela, Pilareta de Casabón (de rodillas delante de Adela).

 

¿Qué se solía comer en aquellos años?

Se comía bastantes veces al día:

-el almuerzo (mi padre me ponía la ollita al fuego),

-las diez (una ensalada de tomate, cebolla y olivas),

-la comida, siempre de tres platos,

-la merienda (adobado o tortilla de patata) y luego

-la cena (tres platos también).

¿Ha sido laminera?

Todo me ha gustado; aunque antes no había de nada, y dulce, aún menos. Casa Castán recibía racimos de plátanos de Fernando Poo… ¡cómo olía la despensa y qué buenos sabían! Nunca toqué nada si no me lo daban, ni un cuadrito de chocolate. Si me daban alguna manzana o pera cuando era pequeña, la repartía con mi padre y los criados (un pastor, uno para la caballería y las vacas, mi padre, las chicas que cuidaban a los niños de Emilio y Enrique, y las tres muchachas que estaban para los solteros).

Paquita y Conchita de Matías haciendo longanizas con su madre, la señora Concha.

¿Qué recuerda de la matanza?

En invierno matábamos tres cerdos y una vaca. Había mucha gente en casa Castán, aunque pasaban temporadas largas en Zaragoza, así que había que llenar la despensa.

Venían los de Gregoria que eran un poco parientes, entre tía Severina, Luisa de Barbero y Adela, claro, se organizaba todo. Hacíamos morcilla, coquetas, longaniza de la buena, longaniza de pulmón, costilla y lomo en conserva…

¿Qué invento le parece que ha sido de más ayuda?

Lo mejor, la lavadora.

¿Cuándo se casó?

Me casé en Chía en 1972 con Juan Antonio Escalona, que era taxista, de casa Grasián de Saúnc. Estuvimos un año en Chía trabajando, pero el campo no le gustaba a mi marido y nos fuimos a Zaragoza. Trabajó en Neumac hasta que se jubiló. Yo trabajé en la cocina del colegio Cándido Domingo. Cuando entró el catering a llevar las comidas, nos trasladaron a la biblioteca del Tío Jorge, lo mejor de mi vida. Disfruté muchísimo trabajando en la biblioteca.

En septiembre de 2011 murió mi marido con 79 años de un fallo cardiaco como consecuencia de una neumonía.

Pili Sansón, Juan Antonio y Josefa Navarro, José Antonio Sansón.
Josefa con su padre Enrique saliendo de casa Castán para ir a la iglesia el día de su boda.
Josefa en la iglesia parroquial de Chía.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Josefa y su hijo Enrique en el camino de La Encontrada

¿Cuántos hijos y nietos ha tenido?

Tuvimos dos hijos, Enrique y Susana, que nacieron en Zaragoza. Mis nietos son Alejandro y Daniel, Javier y Paula.

¿Tiene algún consejo para las nuevas generaciones?

Que trabajen y que sean buenos.

 

Josefa con sus cuatro nietos.

 

¿Su plato estrella?

Me ha gustado mucho cocinar. Hacía un pollo a la Villeroy buenísimo; primero se asa el pollo, después se deshuesa y se corta en filetes, los filetes se mezclan con bechamel y luego se rebozan con huevo y pan rallado para freírlos. Es una receta francesa; pero a mi hijo lo que más le gusta de todas las comidas que hago es la tortilla de patata.

¿Qué viajes recuerda?

He estado en Barcelona, Zaragoza y Burdeos (tenía un hermano de mi padre casado allí y las primas de Casabón: Henrieta, Pilar).

También hice un crucero en barco con mi marido antes de jubilarme, lo mejor de mi vida. No le tuve miedo al agua ni nada. Visitamos Roma, Venecia (ese pueblo que se va en barquichuela por las calles), Pisa… Me gustó todo muchísimo.

Juan Antonio y Josefa en Pisa

Josefa y su marido en casa de Pilar de Casabón en la playa

 

 

 

 

 

 

 

¿Qué le gustaría que se conservara de Chía?

El patués. Yo con mis hijos siempre hablo en patués, no l’e dixau. No podemos permitir que se pierda, hemos de hablarlo mucho en casa, en el pueblo, en el Valle, promocionarlo a todos los niveles, cada uno desde sus posibilidades. Lo primero es que todos los padres y abuelos de Chía hablemos en patués con los hijos y nietos. Después, todo lo demás. Yo he dado charlas en patués en Zaragoza.

También me gustaría que no dejen caer Que Navarro.

Josefa sentada en la cadiera de casa Navarro

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CHÍA, LO MILLÓ

Las fiestas de este año han sido intensas y muy disfrutadas por los cardigasos. La comisión de fiestas ha hecho un gran trabajo y merece un público reconocimiento y la gratitud de todos los que hemos participado; mas aún después de haber sido mayordoms durante tres años. Dice Angel Ballarín en su Diccionario de patués: «Además de criado encargado de la dirección de una casa, designa cada uno de los mozos directores de los bailes y demás diversiones de la juventud, durante las fiestas De la Villa. (…) Els mayordoms llében ramos mol majos ta fe el ball«.

Hoy hemos celebrado el día de La Encontrada, la patrona de nuestra Villa de Chía, yendo en romería y cantando los Gozos al final de la misa. El domingo pasado se hizo el baile de los mozos desde la iglesia hasta la ermita, con las castañuelas y la melodía «de toda la vida».

 

 

 

Los tiempos cambian. En los años 50 y 60 se hacía el baile con traje y corbata, como nos cuentan los mayores de nuestro pueblo. Progresivamente se fue relajando «la etiqueta», desaparecieron la corbata y la chaqueta, después la camisa, y se pasó a los vaqueros y una camiseta o polo.

 

 

 

 

A principios de los 90, Raúl Mur Castel de casa Ramonot, recién estrenada su condición de diseñador industrial, pensó en un eslogan que pudiera ponerse en una camiseta y ¡cómo no! lo pensó en patués: CHÍA, LO MILLÓ.

 

 

 

 

A partir de esta iniciativa, surgieron adaptaciones posteriores que fueron reflejándose en las camisetas y polos, con sucesivas versiones. Y también otras frases, como la de CHÍA, MES QUE MAI que acuñó Chemari Carrera Pons, o la de CHÍA, EL LLUGÁ DELS CARDIGASOS que llevamos en las camisetas actuales.

Camisetas para la fiesta, forros polares, sudaderas o adhesivos para los coches que recogen sentimientos de identidad y de cariño al llugá que nos han transmitido aquellos que nos precedieron. Y en memoria cariñosa de aquellos que no han estado hoy, por no poder venir, o por haber fallecido, han ardido las velas del lamapadario de la ermita.

 

 

 

 

Adiós, madre. 
Adiós, Virgen querida.
Otro año esperamos volver
a ofrecerte las más bellas rosas
de esperanza, de amor y de fe.

 

 

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José Ramón de BRINGUERÓN

Nos ha dejado José Ramón de Bringuerón. No ha sido ni a los 67 años ni por un cáncer, como solía decir que le llegaría el final. Hubiera cumplido 60 años el 31 de diciembre. Para mi padre, era como un hijo, para mí ha sido como un hermano.

Aunque sabemos que la muerte forma parte de la vida, en el día a día nos empeñamos en olvidar que en este mundo estamos “de paso”. Y son las muertes repentinas, como la que hoy nos reúne aquí, las que nos enfrentan con esta realidad. Como dijo Pau Donés, ”sed felices, porque la vida es urgente. La vida es una y es ahora; hay que vivirla a tope, con intensidad».

José Ramón vivió la vida intensamente, a tope, con alegría de vivir, sin miedo al qué dirán. Algunos incluso decían que «estaba loco», pero era la persona más cuerda de este valle. Probó trabajar en la ciudad, pero no le gustó. Tenía claro que lo suyo era estar en contacto con la naturaleza, trabajar en la tierra y de la tierra de su familia, por eso eligió vivir del campo, de las vacas y de la montaña. Disfrutaba con lo que hacía en su trabajo porque le gustaba lo que hacía. Decía verdades como puños, aunque se ganara enemigos. De “pronto” efervescente, que compensaba con su gran corazón. Era de pararse a hablar con la gente, de reuniones de familia, de estar con su madre, de no perderse las fiestas de los pueblos, de implicarse en los asuntos de bien común, capaz de transformar el dolor en fuerza motora para salir adelante, orgulloso de sus hijos y su mujer, un “virtuoso” del tractor, con una memoria de elefante, siempre pendiente de lo que sucedía a un lado y al otro de la Sierra de Chía.

Ayer comentábamos que ha sido una vida “muy vivida”, y que la vivió de acuerdo a unos valores que muchos hemos resaltado en estas últimas horas (honrado, generoso, trabajador, divertido, conversador, familiar, …) y con la voluntad de ayudar o ser útil a los demás y a su pueblo; sus valores y su voluntad de ser útil es lo que configuraba su especial filosofía de vida que él resumía con la palabra KARMA, como muchos sabéis.

 El karma, que es una palabra del sánscrito y hace referencia a la energía que se genera a partir de los actos de las personas; una energía que no se puede ver ni medir, un espíritu de justicia y equilibrio entre las acciones y las reacciones que se derivan de esas acciones (que incluyen la manera de actuar, de hablar y de pensar en la vida).

Sin embargo, a pesar de tener -digamos- un “buen karma” (término de las filosofías orientales), o de “pasar por el mundo haciendo el bien” (principio del cristianismo), ya nos adelantaba Homero en La Ilíada aquello de:

Morir es el destino,

y cuando llega la hora del hombre,

ni aún los dioses pueden ayudarle,

por mucho que puedan quererlo.

Y eso pasó el jueves, que le llegó la hora y los “dioses” no quisieron ayudarle, o “no pudieron”, porque es bien cierto que las condiciones de aislamiento sanitario en las que vivimos en estos valles de montaña, también ponen muy difícil que la ayuda especializada llegue a tiempo.

No es más grande quien más sitio ocupa, sino quien más vacío deja cuando se va. Y José Ramón deja un gran vacío entre nosotros… “algo se muere en el alma cuando un amigo se va”.

Tenía una sabiduría innata y un sentido analítico -entre cínico y jocoso- que no dejaba de asombrarnos, más a los foráneos que a los propios, como suele pasar. Era un personaje de los que hay pocos. Entre todos podríamos contar decenas de anécdotas vividas con él o recordar alguna de sus reflexiones en voz alta que sentaban cátedra. Muchos le habréis oído decir aquello de “hay dos cosas inevitables en esta vida, la muerte y el mes de agosto”, porque en agosto es complicado y peligroso moverse con el tractor y el remolque cargado esquivando gente, coches y turistas, y porque era de verdad consciente de que la muerte forma parte de la vida y llega, casi siempre, sin avisar.

 Lo echaremos de menos, con todas sus cosas buenas y con las menos buenas… porque no hay duda de que sus luces brillaron más que sus sombras, aunque algunos pensaran lo contrario. Fue una gran persona. Para saber que se le apreciaba de Benasque a Barbastro y de Aínsa a Castanesa, basta ver la gente que ha pasado por el tanatorio y la que ha subido a Chía a su entierro. Sabemos que se nos ha ido uno de esos montañeses de “estirpe genuina”, de los que casi no quedan porque están en peligro de extinción, de los que no todos pueden comprender -porque José Ramón era de una pasta diferente-.

Hablábamos los dos hace justo dos meses, después del funeral de Soledad de Toña, que se debería hacer una fiesta y brindar cuando alguien moría, para celebrar que había podido vivir, para hablar de su paso por este mundo, recordar sus aciertos y desaciertos, poder cantar a la vida con sus amigos y familiares … No puedo estar más de acuerdo, aunque, en nuestra cultura, lo de hacer una fiesta con música, baile, risas y copas a algunos les podrá parecer “fuera de norma”… pero ese era Bringuerón, siempre fuera de norma, único, diferente, irrepetible.

Hoy, cuando volváis a casa, levantad vuestra copa y dedicadle un brindis a José Ramón, que amó la vida y que dejó una impronta en este mundo que nos gustará recordar.

José Ramón, ha sido un orgullo y un privilegio haberte conocido, haber compartido batallas, proyectos y risas, y haber podido contar contigo siempre que fue necesario.

Nos dejas desconsolados, que lo sepas. Descansa en paz.