JOSÉ ANTONIO RÍO BERNAD, de casa Bringué

José Antonio RIO BERNAD nació en Chía el 31 octubre 1941. Hoy cumple 81 años.

Hijo de Mercedes Bernad Cazcarra, de casa Pardina de Gistaín, y de Marcial Río Ballarín, de casa Bringué de Chía.

¿Cuántos hermanos fueron?

Fuimos siete hermanos. El mayor era gemelo mío, Marcial. Murió con dos o tres años de un accidente en casa Sansón, se cayó hacia atrás en un caldero hirviendo mientras hacían el mondongo de la matanza. Después de Rosita había otra chica, Mari Carmen, que murió a los tres años de una gastroenteritis. Así que quedamos cinco: María Jesús, Rosa, Marcial, Ramón y yo.

José Antonio con su hermana en la puerta de la escuela de Chía. Años 40. (Foto: Casa Bringué)

¿Casa Bringué es familia de casa Sansón?

Mi abuelo paterno era de casa Bringué y mi abuela paterna vino de casa Sansón. Se casaron dos hermanos de Bringué con dos hermanas de Sansón; el hermano de mi abuelo Marcial marchó a casa Sansón, José Río Mallo. Los hermanos de mi abuelo eran cuatro chicos y tres chicas, y de los chicos había un cura llamado Antonio y dos monjas. Mi abuelo tuvo cuatro hijos, tres chicos y una chica.

Casa Bringué (Foto: Casa Matías)

¿Cómo era casa Bringué en los años 40?

Teníamos el hogar en campana, con el cremallo y el caldero debajo, con los bancos y la cadiera alrededor. Casa Bringué era la típica casa-patio de la montaña, con su era, pajar y cuadras. Ahora es una construcción nueva que hicimos para poder tener cada uno de los hermanos un apartamento.

Nueva casa Bringué (Foto: Casa Matías)

 

 

 

 

 

 

Pintura de la antigua Casa Bringué

Hay constancia documental (recogida por el historiador Guillermo Tomás Faci) de que Berenguer de Chía tenía viñas en Castejón en la Edad Media y pagaba impuestos en uva. Bringué viene de Berenguer.

Borda de Bringué en Las Garrigas

 

Marcial Río Mallo, el abuelo paterno de José Antonio. (Foto: casa Bringué)

En la Garriga tenemos la borda de casa Bringué. Me decía mi abuelo Marcial que en el prau de l’aiguau que era relativamente llano, donde llegaba antes la primavera (crecía la primera hierba y salían las primeras flores), habían tenido viña hasta que llegó la filoxera a principios del siglo XIX. Mi abuelo Marcial murió en 1963, el año que cumplía los 95; nació en 1868. Está enterrado en el cementerio de la iglesia de San Martín.

¿Cómo eran sus padres?

Mi padre tenía un genio bastante especial. Fue alcalde de los años 50 a los años sesenta y algo. Mi madre era un encanto; murió joven en 1970, a los 55 años. Llevó la centralita de teléfono de Chía que se instaló en 1960 en casa Bringué.

¿Cómo se vivía en la primera mitad del siglo XX en Chía?

Aquí las casas vivían de la ganadería y la agricultura siguiendo una tradición de siglos. El objeto de la producción era la subsistencia, o sea, comer y malvestir. El dinero, que era para los gastos que no podían sufragarse con otra cosa, se hacía de la ganadería y especialmente con la recría de las mulas. Mi padre había estado en Barcelona, pero mi abuelo no, a pesar de que dos hermanas de mi abuelo eran monjas en Jesús y María, y además tenía un hermano cura que lo mataron en Bonansa durante la Guerra Civil. Recuerdo haber visto en casa un baúl con la teja, la sotana, y todas las cosas de mi tío-abuelo cura, además de muchos escapularios y estampas que nos enviaban las monjas.

Aquí había muchas ovejas y en invierno las sacaban a la “terra baixa”; en casa Bringué habría doscientas y pico. Mi abuelo materno tenía unas 1.000 ovejas en Gistaín y se llevaba las de Bringué con las suyas. De Gistaín, también bajaban ovejas de casa Saila, de casa el Sastre… se juntaba un rebaño grande que pasaba el invierno con un mayoral y tres pastores.

El ganado que se criaba aquí eran ovejas, mulas y vacas, además de las caballerías de trabajo, burro o caballo o yegua, dos o tres machos, todos para vender en la feria. Las mulas y los machos se llevaban a las ferias de Graus o Barbastro. Recuerdo que mi abuelo Marcial Río Mallo contaba que él iba a Francia a comprar las mulas con sus primos de Benasque (su primo de Agustina hablaba francés perfecto porque había estudiado en Francia). Río, de casa Agustina de Benás (de donde vino mi bisabuelo) y Mallo de su madre, la heredera de casa Bringué. Había un “maquignon” (tratante de ganado) para la zona de Toulouse y otro para la zona de Burdeos. En la zona de montaña de la frontera se entendían entre el patois del lado francés y patués del lado español. El maquignon los acompañaba por las casas que vendían las mulas jóvenes, pero mi abuelo no necesitaba ni al maquignon ni al primo de casa Agustina para entenderse con los montañeses franceses.

Ayuntamiento de Benasque en 1913. Sentado, el segundo por la derecha, MARCIAL RÍO de casa Agustina. (Foto: Jorge Mayoral Meya).

Por la mañana, que había mucho sueño, a mí me mandaban a soltar los corderos por los campos de aquí cerca. Las fincas que se habían cultivado con trigo y cebada y que ya se habían segado eran para los corderos. Yo tenía siete años y ya iba a guardar los corderos. Me pasaba el día corriendo detrás de las ovejas, porque corrían más que yo. Las vacas en verano las enviaban a la montaña; en casa había pocas, en la mayoría de casas dos o tres máximo. Fundamentalmente, lo que se criaban eran mulas para trabajar en los campos de Castilla, Huesca, Tortosa, etc. Los últimos años de las mulas, iban a las ferias y volvían quejándose del desastre que era recriarlas porque no recuperaban lo que les habían costado, pero no cambiaban de modelo económico. La gente no era dada a viajar o a conocer otros lugares y poder ver cómo cambiaba la vida -tampoco había posibilidades económicas para hacerlo- y se aferraban a un modo de subsistencia tradicional sin ver que estaba agonizando.

¿Quedaba tiempo para jugar y divertirse?

Los niños jugábamos a los pitos (canicas), al redol (el aro) y a la pelota, que llegó pronto. En la antigua escuela, en la plaza, los jóvenes jugaban al trinquete, al frontón con la mano. La pared era de piedra, pero había una frontera de yeso. La pelota muchas veces caía en los huertos de Sansa, Ramondarcas, Matías… y la recogían corriendo para que no les echaran la bronca.

Todos los fines de semana había baile en la plaza. En la orquesta había una guitarra, un laúd, un violín… tocaban el abuelo de Agapito Dorotea, el padre de Enrique Oros, Jorge Siresa y algunos más. Ahí bailaban todos, solteros, casados… luego ya vinieron los profesionales.

Para la fiesta se plantaban mallos en la plaza, que era de tierra, se encajaba el tronco en el agujero y se subía tirando entre todos. Eran pinos pelados que se traían de Pinedo y se dejaban sólo las ramas de arriba. El que llegara a coger el cordón de la punta, ganaba el árbol. La orquesta se quedaba dos días enteros, para hacer el baile de mayodormos, el baile de los mozos a La Encontrada y el baile de la tarde-noche.  Los críos dábamos vuelta alrededor del turronero que subía de Graus; recuerdo que tenía una vara y si nos acercábamos demasiado nos daba con la vara diciendo: “se mira pero no se toca”.

¿Le gustaba ir a la escuela?

Estuve en la escuela de Chía hasta los 10-11 años. En Los Escolapios de Barbastro hice hasta 4º y revalida. Si me sacaron a estudiar es porque mi abuelo materno, que era secretario de Gistaín, Plan y San Juan, logró convencer a mi padre. Me gustaba ir a la escuela y sobresalía entre los demás niños; el maestro vivía en casa Bringué y me preparó para examinarme de ingreso.

Años 20, en la plaza de Gistaín. Familia de casa Pardina (los abuelos maternos de José Antonio). Foto: Casa Bringué.

Estuve cuatro años interno en Los Escolapios. De Barbastro a Chía venía sólo en verano y Navidad, en coche de línea, parando en todos los pueblos y con unas carreteras de miedo. En la baca del techo iban los equipajes. Eran años de mucha escasez. Yo he visto las cartillas de racionamiento, eran cupones para el arroz, la harina, el azúcar, que era moreno y malo. El que tenía dinero y medios, lo conseguía por otro lado. En casa el azúcar era blanco, mi abuelo se movía muy bien en Gistaín y conseguía cosas de Francia.

(Fotos de Barbastro de los años 50 y 60 de Jorge Mayoral Meya)

¿Y después de los Escolapios de Barbastro?

Al acabar 4º y reválida, tendría 14 años. Mi padre quiso que volviera a casa para trabajar. A mí me parecía que trabajar todo a mano no tenía ningún futuro, viendo el esfuerzo que se invertía para un rendimiento miserable, tenía claro que yo me iba a estudiar. Aquí había una pareja de bueyes (la mayoría de las casas labraban con vacas) y me tocaba labrar a mano con los bueyes y el arado romano. Yo me hacía muchas preguntas mientras trabajaba; eso era una aberración, me descomponía. Tenía 16 años. Las esquinas se hacían a mano, para recoger apenas un cuarto de kilo de cebada más… Claro, cuando no se ha salido del pueblo y el argumento es “se ha hecho siempre así”, no se tiene perspectiva ni amplitud de miras para comprender que las cosas se pueden hacer de otra forma. Hasta mediados del siglo XX, el negocio de las mulas había dado cierto margen para vivir con comodidad, la vida era mucho más sencilla y los gastos eran insignificantes. El dinero efectivo venía de las mulas y de algún ternero que se vendía; se comía de lo que daba la tierra (cereal, patatas, el huerto) y la carne de los animales criados en casa (corderos, gallinas, conejos, cerdos); pero todo estaba cambiando y mi padre no quería verlo. Aquello generó muchas discusiones y enfados. Fueron unos años de inflexión en todos los aspectos, lo económico, social, tecnológico, político, etc.

Los que nacimos en los años 30 y 40 en España hemos vivido y sufrido una profunda  transformación del modo de vida en todos los aspectos.

Mi padre tenía dos hermanos y una hermana. Ella se casó en Castejón de Sos, en casa Puyol que era tienda de ultramarinos. Mi tío José, el pequeño de los hermanos de mi padre, murió en la batalla del Ebro. Un hermano de mi padre, tío Antonio, había estado en el seminario muchos años, pero se salió antes de ordenarse cura y entró en el ejército. Fue a Marruecos y allí le cogió el alzamiento. En realidad, sabía más de latín que de táctica militar. Cuando acabó la guerra era teniente y lo destinaron a Zaragoza. Como sobraban militares en aquellos años de la postguerra, entró a trabajar en el Ministerio de la Vivienda en Zaragoza. Fue él quien me ayudó a ir a Zaragoza, donde hice Bachillerato y la licenciatura de Químicas. Una vez allí conseguí una beca para pagarme los estudios. Sólo podía entenderme con mi tío Antonio. Le decía, “yo aquí no me quedo”. Al terminar químicas en Zaragoza con una beca del Estado, me fui a Barcelona a hacer el  doctorado con una beca de los americanos.

La vida en Barcelona tampoco sería un camino de rosas

Yo tenía 28-29 años cuando murió mi madre. Ya estaba en Barcelona, en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) con un contrato con una agencia americana que me pagaba una beca de 7.000 pesetas al mes que me permitía vivir. Investigaba en polímeros ocho horas al día; de seis a nueve de la noche estaba dando clases en un colegio para mejorar mis ingresos. Aquellos contratos con las agencias americanas eran como unas capitulaciones, vendías el alma, porque firmabas que renunciabas a cualquier titularidad sobre tus hallazgos, y la utilización y ventajas que se sacaran de tus investigaciones eran propiedad de la empresa que pagaba la beca. Cada mes se hacía un informe de los avances de los proyectos en marcha. El primer polímero que aguantaba 400º de temperatura sin destruirse fue fruto de mis investigaciones.

Y llegó el momento de casarse y crear su familia

En 1970 me casé con María Pilar Cortés en Zaragoza. Ella estudiaba Filosofía y Letras en la Universidad de Zaragoza, que fue donde nos conocimos. Tuvimos tres hijos: Jesús que vive en Londres, el segundo, que murió antes de nacer, y Juan que vive en San Francisco. Tenemos seis nietos: Victoria y Juan, hijos de Jesús y su mujer, que es inglesa; Jaime, Pilar, Rita y Enrique, hijos de Juan y su mujer, que es lisboeta.

María Pilar y José Antonio con Mercedes y Marcial, los padres del novio. (Foto: casa Bringué)
La novia, María Pilar, con su suegra Mercedes

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Juan y Jesús en Chía (Foto: casa Bringué)
Jesús en la puerta de la casa vieja.

 

 

 

 

 

 

 

 

Jesús y Juan con su abuelo Marcial Río Ballarín (Foto: casa Bringué)

¿Qué aconseja a sus nietos?

Educación, preparación y constancia en lo que les guste estudiar y trabajar. Y cada vez es más imprescindible. Los robots ya empiezan a funcionar, y no tardarán en llegar para las cosas manuales, con lo que esos trabajos van a desaparecer.

Graduacion IESE de Juan en 2005. José Antonio, Juan y María Pilar.

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Cómo ve el futuro de Chía?

A mi entender, aquí hay dos posibilidades hoy por hoy: el turismo y la ganadería extensiva. El problema estructural que tenemos en este valle es la mala comunicación: tanto en lo que se refiere a los sistemas de transporte, como a las telecomunicaciones. Deberíamos estar bien comunicados hacia Europa y hacia el resto de España. La nieve tiene un futuro incierto con el cambio climático. Para invertir en industria hay que contar con buenas comunicaciones para sacar el producto. Suiza tiene una magnífica industria de precisión de alta tecnología, también industria química y farmacéutica potente, ¿por qué? porque tiene unas comunicaciones fantásticas… y es el país más montañoso de Europa; es un queso gruyere, hay túneles por todas partes para no tener que subir y bajar las montañas para ir de un sitio a otro, lo que permite el transporte de mercancías en tiempo razonable. Y en Suiza se respeta mucho el medio ambiente y la ecología.

Fiestas de La Encontrada 1984.

 

 

 

 

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CIEN DÍAS DE INDULGENCIA

La «indulgencia” es una gracia o favor que se vincula al cumplimiento de una acción piadosa, como por ejemplo, visitar un santuario, rezar una oración, etc. No es un sacramento, como la penitencia, y puede ser concedida por el papa, los obispos y los cardenales.

 

Pedro Cantero fue nombrado obispo de Barbastro en 1952, de Huelva en 1953 y arzobispo de Zaragoza en 1964. Fue un influyente personaje en el franquismo, no exento de polémica. Procurador en Cortes (1967-1977), Consejero del Reino (1969-1977) y Miembro del Consejo de Regencia. Falleció en Madrid en 1978.

El 8 de octubre de 1952 acudía el Obispo de Barbastro, D. Pedro Cantero Cuadrado en visita pastoral a nuestra villa de Chía y otorgaba cien días de indulgencia -por cada vez- a quienes rezaran una Salve ante la imagen de la Virgen de La Encontrada.

Es costumbre de los devotos de La Encontrada, rezar una Salve cuando se van de Chía y pasan por debajo de la ermita, cuando entran en el Valle, cuando piden algún favor, o cuando dan las gracias. Muchas, muchísimas, son las Salves que se han rezado y se rezan a la Virgen de La Encontrada.

Hoy se cumplen 70 años de aquella visita pastoral. El decreto, firmado por el obispo, sigue expuesto a las generaciones de cardigasos y visitantes que acuden a la ermita y rezan una Salve.

 

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MARÍA JOSEFA MALLO PALLARUELO, de casa Navarro

Josefa nació un 11 de septiembre 1943 en casa Castán de Chía, hoy hace 79 años. Hija de Amada Pallaruelo Aventín, de Navarro (la madre de mi madre era hermana de tío Juan de Taberna, ella se casó con Juan de casa Navarro, mi abuelo), y de Enrique Mallo Palomera, de Palomo.

Siñó Juan de Navarro, abuelo de Josefa, en la Viña Castán

¿Cómo es que nació en casa Castán?

Mis padres trabajaban en casa Castán. Viví allí hasta los 30 años. Casa Navarro estuvo cerrada mientras mi padre trabajó para casa Castán. En los años 60 se usó casa Navarro como escuela, cuando hacían las obras en las escuelas de la plaza. Hasta que mis hijos tuvieron 14-15 años, también íbamos a la caseta de Castán cuando subíamos a Chía.

¿Cómo la llaman?

En casa Castán, Mari Pepa; el resto de Chía, Josefa; en Zaragoza, Mari.

 

Trinidad de Pallás, a quien Josefa llama «madrina»

¿Cómo eran sus padres?

Amada, mi madre, murió el 15 de octubre de 1943, yo tenía poco más de un mes; creo que de complicaciones del parto, una infección o una hemorragia. El único recuerdo que tengo de mi madre es una foto de cuando hizo la Primera Comunión en Francia. Los abuelos trabajaron un tiempo en Francia, pero luego volvieron y ya se quedaron en Chía. Me crió la hermana de mi padre, Trinidad de Pallás, durante seis años hasta que se casó con José de Sansón. Quedarse una sin madre es muy duro.

Amada con su hermano Juan, que murió joven y fue enterrado en la fosa común de tuberculosos de Chía.
Josefa con su abuelo Juan de Navarro, Beatriz de Taberna y su marido.

Enrique, mi padre, era un poco barbero. A mi me peinaba siempre con la raya en medio y me hacía trenzas. También recuerdo que él hacía un pan buenísimo. Yo pelaba un caldero de patatas para hacer el pan. En casa Castán había un horno, se hacía pan cada 15 días.

Enrique, el padre de Josefa, delante de la caseta de casa Castán

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando “madrina” se casó con tío José, mi padre se casó con Adela de Chuana. Yo tendría unos seis años. Adela se pintaba y se arreglaba para pasar la tarde con los señoritos de Castán.

 

¿Qué recuerda del colegio?

La maestra era Luci. De mi edad éramos tres chicas: Rosita de Bringué, María Jesús de Artasona y yo; y tres chicos: José Dorotea, Rafa de Mateu y Juanito Chongastan. Jugábamos a la pelota y a escondernos. Me acuerdo de que subía un señor que compraba hierros y andábamos por las casas vacías a buscar cosas para vendérselas y tener alguna perra.

Josefa Mallo Pallaruelo

¿Cómo era su vida en Chía en los años cuarenta y cincuenta?

He trabajado muchísimo, desde que me levantaba hasta que me acostaba.

Siempre había algo que hacer: ordeñar las vacas, dar de comer a las gallinas, hacer comida para los conejos por las barreras, deshojar las ramas para dárselas a las vacas, cuidar las vacas, coger patatas, plantar o cuidar el huerto, quitar piedras de los campos, hacer la comida para los cerdos, limpiar el palomar, cargar el carro de hierba, atar gabillas y dejarlas en redondo para hacer una feixina, limpiar la casa -que era muy grande-, hacer la colada, lavar platos, ayudar a hacer la comida. Nunca he cogido setas. De pequeña, antes de que hubiera agua corriente, íbamos a buscar agua a Puntillo. En casa Castán iban todos los días con caballos cargados con un par de botijos grandes cada uno. Lavábamos a mano, en el lavadero de casa Castán, con agua fría.

Entre unas cosas y otras, no salía a la plaza para nada.

¿Qué recuerdos especiales o curiosos de Chía nos cuenta?

Me gustaba ir a hacer la hierba en Chichuén, porque hacíamos allí la comida, en una caseta. Para mi era una fiesta.

También me acuerdo del tedero, un hierro redondo donde colocábamos las teas para tener luz dentro de casa. Traímos las teas de Pinedo.

Había un montón de flores en el jardín de casa Castán, en el frente de la casa había muchísimas petunias. Un año mi hijo Enrique destrozó todas las flores de la placeta.

Don José era “el jefe” de la familia y daba mucho respeto. Don Mariano iba “a su bola”, venía al campo cuando hacíamos la hierba, le gustaba charrar con todos. La señorita Encarna, la madre de Mari Feli, valía mucho para todo, fue una gran mujer.

Papá, un criado y el pastor iban a La Cuadra a hacer leña y la tiraban al río Ésera por donde hay un puentecico, donde el Congosto, y allí la recogía un camión.

Boda de Beatriz de Taberna (hermana de Dámaso de Taberna, el marido de Julia) en la sala de casa Marcial: Federico Sansa, Juanito Barbero, Mariana Gregoria, Mariano Marcial, el hijo de Adolfo de Taberna (que murió en el pantano de Villanova cuando fue a coger unas truchas), Carlos de Taberna, Josefa peinada con raya en medio, Padrino (Juan de Navarro)
Excursión al río con la familia de Casabón. De dcha a izq: Daniel de Casabón, Josefa, la mujer de Daniel (hermana de Manoleta de Peri), Enrique de Navarro, Adela, Pilareta de Casabón (de rodillas delante de Adela).

 

¿Qué se solía comer en aquellos años?

Se comía bastantes veces al día:

-el almuerzo (mi padre me ponía la ollita al fuego),

-las diez (una ensalada de tomate, cebolla y olivas),

-la comida, siempre de tres platos,

-la merienda (adobado o tortilla de patata) y luego

-la cena (tres platos también).

¿Ha sido laminera?

Todo me ha gustado; aunque antes no había de nada, y dulce, aún menos. Casa Castán recibía racimos de plátanos de Fernando Poo… ¡cómo olía la despensa y qué buenos sabían! Nunca toqué nada si no me lo daban, ni un cuadrito de chocolate. Si me daban alguna manzana o pera cuando era pequeña, la repartía con mi padre y los criados (un pastor, uno para la caballería y las vacas, mi padre, las chicas que cuidaban a los niños de Emilio y Enrique, y las tres muchachas que estaban para los solteros).

Paquita y Conchita de Matías haciendo longanizas con su madre, la señora Concha.

¿Qué recuerda de la matanza?

En invierno matábamos tres cerdos y una vaca. Había mucha gente en casa Castán, aunque pasaban temporadas largas en Zaragoza, así que había que llenar la despensa.

Venían los de Gregoria que eran un poco parientes, entre tía Severina, Luisa de Barbero y Adela, claro, se organizaba todo. Hacíamos morcilla, coquetas, longaniza de la buena, longaniza de pulmón, costilla y lomo en conserva…

¿Qué invento le parece que ha sido de más ayuda?

Lo mejor, la lavadora.

¿Cuándo se casó?

Me casé en Chía en 1972 con Juan Antonio Escalona, que era taxista, de casa Grasián de Saúnc. Estuvimos un año en Chía trabajando, pero el campo no le gustaba a mi marido y nos fuimos a Zaragoza. Trabajó en Neumac hasta que se jubiló. Yo trabajé en la cocina del colegio Cándido Domingo. Cuando entró el catering a llevar las comidas, nos trasladaron a la biblioteca del Tío Jorge, lo mejor de mi vida. Disfruté muchísimo trabajando en la biblioteca.

En septiembre de 2011 murió mi marido con 79 años de un fallo cardiaco como consecuencia de una neumonía.

Pili Sansón, Juan Antonio y Josefa Navarro, José Antonio Sansón.
Josefa con su padre Enrique saliendo de casa Castán para ir a la iglesia el día de su boda.
Josefa en la iglesia parroquial de Chía.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Josefa y su hijo Enrique en el camino de La Encontrada

¿Cuántos hijos y nietos ha tenido?

Tuvimos dos hijos, Enrique y Susana, que nacieron en Zaragoza. Mis nietos son Alejandro y Daniel, Javier y Paula.

¿Tiene algún consejo para las nuevas generaciones?

Que trabajen y que sean buenos.

 

Josefa con sus cuatro nietos.

 

¿Su plato estrella?

Me ha gustado mucho cocinar. Hacía un pollo a la Villeroy buenísimo; primero se asa el pollo, después se deshuesa y se corta en filetes, los filetes se mezclan con bechamel y luego se rebozan con huevo y pan rallado para freírlos. Es una receta francesa; pero a mi hijo lo que más le gusta de todas las comidas que hago es la tortilla de patata.

¿Qué viajes recuerda?

He estado en Barcelona, Zaragoza y Burdeos (tenía un hermano de mi padre casado allí y las primas de Casabón: Henrieta, Pilar).

También hice un crucero en barco con mi marido antes de jubilarme, lo mejor de mi vida. No le tuve miedo al agua ni nada. Visitamos Roma, Venecia (ese pueblo que se va en barquichuela por las calles), Pisa… Me gustó todo muchísimo.

Juan Antonio y Josefa en Pisa

Josefa y su marido en casa de Pilar de Casabón en la playa

 

 

 

 

 

 

 

¿Qué le gustaría que se conservara de Chía?

El patués. Yo con mis hijos siempre hablo en patués, no l’e dixau. No podemos permitir que se pierda, hemos de hablarlo mucho en casa, en el pueblo, en el Valle, promocionarlo a todos los niveles, cada uno desde sus posibilidades. Lo primero es que todos los padres y abuelos de Chía hablemos en patués con los hijos y nietos. Después, todo lo demás. Yo he dado charlas en patués en Zaragoza.

También me gustaría que no dejen caer Que Navarro.

Josefa sentada en la cadiera de casa Navarro

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