LA ARCHELAGA MARCA PRIMABERA Y ENCONTRADA

La Sierra de Chía al fondo, nevada, desde San Valero. A la derecha, casa Fadas. Sábado 1 de mayo de 2021.

En las comarcas de Ribagorza y Sobrarbe, la primavera no llega hasta que florece la aliaga o archelaga (en patués), que suele ser a finales de abril o principios de mayo, justo cuando en Chía empiezan las romerías a la ermita de La Encontrada. Su floración se extiende hasta julio.

Aliaga proviene del mozárabe alyiláqa, y este nombre del árabe clásico algawlaqah. El nombre científico, Genista scorpius. Crece en laderas secas y soleadas, en garrigas y claros de encinares, formando matorrales; soporta bien la sequía y también las heladas, lo que condiciona la forma y crecimiento de la planta. Las flores son de un amarillo intenso que tapizan montañas y laderas; el olor es dulce, similar al jazmín

A pesar de lo molestas que nos parecen cuando vamos por la montaña, las aliagas son importantes para evitar la erosión del terreno -sujetándolo con sus raíces- y para su recuperación, ya que en sus raíces se alojan unas bacterias que se encargan de fijar en la tierra el nitrógeno atmosférico; sin embargo, invaden zonas de pasto y cultivo, además de favorecer los incendios forestales. Como siempre, la gestión adecuada de la montaña (pastoreo extensivo y usos tradicionales) conllevaba un equilibrio que ahora se ha perdido y esto ha supuesto la progresión incontrolada de este arbusto espinoso. Los usos eran numerosos, entre ellos:

  • Las flores se usaban en Aragón para teñir los paños de lana.
  • Un manojo de aliagas atadas se dejaba en el exterior de la chimenea y se estiraba desde dentro con una cuerda, para que los pinchos rascaran y arrastraran el hollín pegado en el interior.
  • La planta seca era muy utilizada para encender el fuego en los hogares, las hogueras de los pastores o quemar los pelos del cerdo después de la matanza.
  • La aliaga se ponía en la cama de las vacas para evitar que las moscas pusieran los huevos en los excrementos; también la usaban los pastores como colchón, poniendo encima una piel de choto para no pincharse, para aislarse del frío y de la humedad del suelo.
  • Sus semillas son ricas en proteínas, por lo que son un alimento buscado por el ganado, liebres y conejos.
  • Quemar las aliagas en el monte fertiliza los nuevos pastos. De hecho, las semillas rebrotan mejor después del humo y las altas temperaturas.
Aliagas (archelagas en patués)
Iris perrieri (pipos en patués)

Dice el refrán “Cuando la aliaga florece, el hambre crece” porque su floración coincide con el momento en que las existencias de la despensa se terminaban. En los siglos pasados, que no había tiendas en los pueblos ni tampoco circulaba el dinero como ahora, se vivía y comía de las cosechas de la tierra y los animales de granja. A finales de abril quedaban poca harina, patatas, legumbres, adobo, jamón o embutidos; también quedaba poco heno, hojas o grano para el ganado. Llegado el momento de que la aliaga diera fruto, una leguminosa tierna y nutritiva, los animales comían las vainas: “Cuando grana, se pasa la gana”. Se decía que las ovejas comían tres veces: la flor, la hoja y el fruto.

 

 

 

Ermita de La Encontrada. Chía, 1 de mayo de 2021.
Chía en romería. Años 50. A la derecha del cura, el alcalde (¿Jorge de Siresa?). Detrás del estandarte, que llevan Trini y Teresa de Santamaría, Conchita de Matías y Carmina de Presín.

Hace unos días que la archelaga ha empezado a florecer en el entorno de Chía. Hoy, sábado 1 de mayo de 2021, la aliaga engalana La Encontrada cuando los de Chía con desvelo, aunque con humildes votos, os reverencian devotos (…).

La fllo de la archelaga y els pipos anuncian las romerías a La Encontrada, el despertar de la primavera y el inicio del ciclo de la vida en la montaña.

 

 

 

 

 

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Casa SINET

FOTO: Casa Sinet

Investigar para conocer el árbol genealógico de la familia permite hacer descubrimientos sobre el pasado de nuestros predecesores. Pretendemos que estas entradas «genealógicas» sirvan para estimular la curiosidad de los descendientes, que les lleve a recabar referencias, fotos, historias de los que contribuyeron a lo que hoy somos y que nos lleven a completar (y corregir) el árbol de cada una de las casas de la Villa de Chía.

Empezamos hoy con Casa Sinet de Chía, al azar, sin seguir un orden alfabético, ni de calles, ni de otro tipo. Se remonta a muchos siglos atrás; consta del siglo XV una carta del párroco al obispado, casa Sinet tenía derecho a enterramiento en el cementerio de San Martín. Su estructura se corresponde con la de casa-patio (era) propia del Pirineo, de la que hablaremos otro día.

Como ya dijimos al hablar de «la casa» https://villadechia.es/la-casa/, la información sobre las personas que han nacido o habitado las casas la obtenemos de los libros parroquiales, de los libros del registro civil (Ayuntamiento y Archivo Histórico Provincial), de documentos de algunas casas (escrituras, capitulaciones matrimoniales y testamentos) y de testimonios de familiares o vecinos.

M Pilar Rivera Sobella, emigrante a Francia en los años 20 del siglo pasado con su marido Antonio Gairin, de Sahún.

Veremos que son muchas las casas de Chía (y de otros pueblos del Valle de Benasque) cuyos hijos tuvieron que emigrar a Francia (y otros lugares) a finales del siglo XIX y principios del XX buscando oportunidades de trabajo y para mejorar sus condiciones de vida. Aquellos primeros que se fueron a Francia, iban a defonsá que era arrancar las vides enfermas de filoxera en los viñedos, principalmente en la región de Burdeos. Al principio, iban ay venían; marchaban del Valle  al terminar las faenas del campo en septiembre-octubre y volvían en marzo-abril, para ayudar en sus casas. Hubo algunos que terminaron por afincarse en Francia, donde crecieron sus hijos y nietos. Casa Sinet tiene una extensa parte de la familia en Francia.

 

En el árbol genealógico hemos podido retrotraernos hasta 1789, año de la Revolución Francesa, en que nació una de las bisabuelas de Joaquín Castel Gabás https://villadechia.es/joaquin-castel-gabas-de-casa-sinet/, María Torrente Mallo, de casa Marsial. Murió a los 72 años de edad. Leemos en la partida de defunción: «En 29 de agosto de 1861 se halló el cadáver de MªTeresa Torrente de casa Marcial de esta  vecindad en el campo de Aunesas de la misma casa, camino de La Encontrada y término de la misma Villa de Chía, a dónde había ido aquella misma mañana a atender los bueyes, y reconocido por los facultativos se halló haberse verificado por un Síncope y por consiguiente haber sido causal…”

FOTO y montaje: Pilar Bacas

La hija de esta Mª Teresa se casó con Francisco Gabás Raso, nacido en La Cuadra en 1808, año de la Guerra de Independencia Española. Fueron los padres de José Gabás Mur (el sacerdote que fue administrador del Marqués de Ovando en Cáceres) y de Ramona Gabás Mur, madre de Joaquín Castel Gabás, el farmacéutico, y abuela de María Sobella Castel, maestra muy querida en Chía. El parecido entre Joaquín Castel Gabás y su sobrino tataranieto es asombroso. Para conocer a los hijos de Joaquín Castel Lanau, el hermanastro de Joaquín Castel, también farmacéutico en Cáceres y que falleció de tuberculosis en el Balneario de Panticosa (donde está enterrado), recomendamos la lectura del libro de Pilar Bacas Leal (Joaquín Castel. La burguesía emprendedora en Extremadura. Cáceres, 2017).

 

Burdeos, 1948 – MªPilar y Elena Rivera Sobella el día de la boda de Hélène, la hija mayor de Elena.
1931 – MªPilar Rivera Sobella y Antonio Gairín con sus hijos René y Hélène

María Sobella Castel (1882-1960) se casó con Ramón Rivera Gabás, de Casa Sansón. Fueron padres de 8 hijos y abuelos de 19 nietos. Su hijo Jesús murió a los 23 años defendiendo el Alcázar de Toledo en 1938.  Dos de las hijas de María y Ramón, MªPilar y Elena, se fueron a vivir a Francia con sus maridos y allí crecieron sus numerosas familias. María estuvo 32 años sin verse con su hija Elena. Se reencontraron en El Run en 1959, donde María Sobella vivía con su hijo José Joaquin y su familia.

 

Elena Rivera Sobella y Lorenzo Palacín haciendo hierba

 

 

 

 

 

 

 

El Run 1959 – De izq. a dcha.: Lorenzo Palacín, José Joaquín Rivera Sobella, Antonio Rivera Sobella, Renée (hija de Elena y Lorenzo), María Sobella, Elena Rivera Sobella. FOTO: Casa Sinet

 

Chía 1969 – Familia de MªPilar y Elena Rivera Sobella. FOTO: Casa Sinet

 

 

1975 – MªPilar Rivera Sobella y Antonio Gairín con su nieta Sophie. Annie Gairín detrás de su hija Sophie.

 

 

 

 

Chía, en Casa Sinet – Los 7 hijos de Elena Rivera y Lorenzo Palacín: Hélène, Denise, Henri, Renée, Jean-Piere, Nicole, Raymonde. FOTO: Casa Sinet

 

Como es habitual en Chía, una gran familia, muy dispersa, pero siempre con un trocito del corazón en esta tierra.

En 2019 se vendió Casa Sinet a descendientes de otra casa de Chía. Llegan aires de cambio que permitirán recuperar una casa con siglos de historia.

 

 

 

 

 

 

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LA CASA

Dibujo de Ramón Prior en EL ALTO ÉSERA DIBUJADO. 1994. pp.73. Qué Mateu y Qué Ramondarcas

El ciclo de la vida fluye implacable, incasable, año tras año, siglo tras siglo. En la montaña del Pirineo este ciclo ha seguido siempre unas reglas muy marcadas, para garantizar la unidad del patrimonio y la supervivencia en el territorio, para que cada pieza encajara en su sitio y hubiera un sitio para cada pieza.

La familia fue la institución fundamental de la sociedad tradicional montañesa. En el marco estructural de la familia tenía lugar el ciclo de la vida de cada una de las personas y su integración en la sociedad. El funcionamiento se basa en la convivencia de los abuelos, el matrimonio de herederos, sus hijos y los tíos solteros; todos bajo el mando del cabeza de familia, con todos los problemas que supone que convivan varias generaciones, y todas las ventajas a la hora de cuidarse tanto de los ancianos, como de los pequeños, de la transmisión de conocimientos y de curtirse en tolerancia. Este modelo de familia troncal fue el más extendido en los pueblos de montaña del Pirineo, y en el que se basaba la continuidad de “la casa” que es una unidad social y económica.

La casa es el conjunto de:

  • las propiedades (inmuebles, muebles, fincas, aperos y animales,  los derechos comunitarios que le corresponden (de pastos, leñas, aguas, caza), y las obligaciones patrimoniales,
  • las marcas de fuego que señalan los aperos, las herramientas, y las marcas de la oreja del ganado,
  • el nombre de la familia y su linaje, lo que incluye las personas que la habitan y la han habitado, con su pasado, historias y secretos (porque la buena o mala fama de la familia también se transmite y hereda).
FOTO: Zacarias Fievet. Rebaño de ovejas.

 

Todo este sistema se ha regido por unas normas:

  • para garantizar que el patrimonio se mantiene,
  • que se reconoce la autoridad del amo y la dueña sobre el conjunto de todo lo que incluye el concepto de casa,
  • que establecen el régimen económico del matrimonio entre las dos partes (el heredero o heredera y su cónyuge, la chobe o el chobe) en las capitulaciones o capítulos matrimoniales.

Los matrimonios se regían por el Fuero de Aragón, con tendencia a la separación de bienes para proteger lo que cada familia aportaba al matrimonio en el caso de que alguno de los contrayentes falleciera antes de tener hijos. De las capitulaciones y del matrimonio en casa hablaremos con detalle y con ejemplos concretos en otra entrada del blog.

Este sistema conlleva que el descendiente que se designe como heredero de la casa, sale significativamente favorecido con respecto a sus hermanos, que reciben “al haber y poder de la casa”, o una carrera, o una dote cuando se casan para poder independizarse, o en el menor de los casos, un bien inmueble, sin que esto signifique «repartir» el patrimonio; pero también, la persona designada a heredar la casa asume deudas, impuestos y gastos. Los hermanos que no se casaban podían permanecer en la casa, pero siempre bajo el mando del cabeza de familia y aportando su trabajo para ayudar a mantener y engrandecer la casa. A pesar de haber un único amo (o dueña), el montañés habla siempre de casa nuéstra porque asume que se trata de una comunidad de bienes de «carácter familiar» que se extiende transversalmente desde los fundadores pasando por todos los que la han sostenido, haciéndola llegar hasta su actual propietario, y que tiene el deber de transmitir a la siguiente generación, porque todos son eslabones de una misma cadena. El patrimonio y la sangre son comunes y compartidos.

 

FOTO: Casa Toña. Abuela con nietos.

El nombre de la casa es diferente del apellido de cada generación; la casa permanece, las personas pasan y el apellido va cambiando en función si hereda un hijo o una hija. Unas casas llevan nombre de profesiones (Aseiterero, Albardero, Tabernero, Taberna, Sastre, Barbero, Botiguero), otras el nombre de quien fundó la casa (Chuana, Galino, Gregoria, Treseta, Pep, Felip, Felix, Pedrón, Mateu, Felisa, Rafel, Bisentón, Ramonot, Toña), otras hacen referencia a la procedencia (Chistabina, Seira, Navarro), otras el del primer apellido (Cortina, Cornel, Llorens, Mora, Garsía, Vidal, Castán), a características del terreno (Puyadeta, Riu, Fierro), otras combinan nombre y apellido o nombre y procedencia (Chuansaúnc = Juan de Sahún, Presín = Pere (Pedro) de Sín, Chongastán = Chuan (Juan) Castán, Pautorrén = Pau (Pablo) Torrén). El nombre de la casa lo veremos referidos en documentos notariales, listas de vecinales, de derechos de monte, de igualas. A uno se le conoce por el nombre de la casa donde nace, hasta que se casa y adopta entonces (sea hombre o mujer) el nombre de la casa en la que se integra.

De acuerdo con el patrimonio que reunían, se hablaba de casas buenas (grandes), michanas (medianas) y pobres. Podemos hacernos una idea a partir de las rentas que se pagaban desde Chía en el siglo XIX https://villadechia.es/amillaramiento-catastro-de-1862/. Algunas casas tienen detrás más de seis siglos de antigüedad (como Bringué, Castán, Cortina, Galino, Nabarro, Presín, Sansón, Santamaría, Sauret …)1, otras no tantos, y algunas son de construcción relativamente nueva. Semejante recorrido histórico conlleva importantes variaciones demográficas a lo largo de los siglos que también analizaremos. En la segunda mitad del siglo XIX se contaban hasta 90 casas en la Villa de Chía; aunque, como veremos, no duró mucho. En unos días publicaremos un plano ubicando las casas.

Olmo en otoño, donde estaban Qué Palomera y Qué Palomo

En cuanto a los edificios propiamente dichos, aparte de las casas de nueva construcción, se distinguen claramente dos tipos tradicionales de casa en el pueblo: la casa-patio y la casa-borda, a los que dedicaremos sus correspondientes entradas.

Para terminar, adelantar que iremos, poco a poco, casa por casa, presentando datos del árbol genealógico2, descubriendo los nombres y algunos detalles de la vida de aquellos cardigasos que se dejaron el sudor y las fuerzas en estas montañas, y de las cardigasas que llevaron sobre sus hombros el peso de la casa y de su numerosa familia; muchas de ellas, herederas y magníficas administradoras.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1Según consta en documento del monasterio de San Pedro de Taberna con fecha 14 de febrero de 1473 (Archivo Diocesano de Barbastro).

2La información sobre las personas que han nacido o habitado las casas la obtenemos de los libros parroquiales3, de los libros del registro civil (Ayuntamiento y Archivo Histórico Provincial), de documentos de algunas casas (escrituras, capitulaciones matrimoniales y testamentos) y de testimonios de familiares o vecinos.

3El Concilio de Trento (1545-1563) obligó a los sacerdotes a llevar registro en las parroquias de los matrimonios, bautismos y defunciones que oficiaban.

 

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