Este mes, con cambios arbitrarios de tiempo y temperaturas, acumula muchos refranes que hacen referencia a la climatología.
No era época de mucho trabajo en el campo, así que febrero veía pasar sus días entre la Candelaria (2 de febrero), los carnavales (el 25 de febrero de 2020 será marts de carnabal) y el inicio de la cuaresma el mierques de senra; al igual que en enero, se cortaban ramas de avellanera, fresno y tintilaina en luna menguante, también se empezaba a echar fiemo en los árboles y los campos, se plantaban los ajos… tampoco había mucho más que hacer, pasar las veladas (billadas) en casa de los vecinos -porque, cuando no había luz ni televisión, la noche era muy larga en los meses de invierno-, ir a misa los días señalados y esperar la primavera.
La tintilaina es el Viburnum lantana, un “árbol rústico” de hoja caduca, matorral que con los años se torna arbustivo. Precisa tierra seca, calcárea y exposición al sol. Crece junto a otros arbustos en claros de pinos, robles o carrascas. Sus ramas son flexibles, de poco peso, corteza gris y textura agradable; por todo ello, sus varas eran apreciadas y se feban tochos. De la madera amarillenta se extraía un tinte que se usaba para teñir cuero, lanas y telas. Los viburnos perfuman el ambiente al final del invierno y así despertar a los primeros insectos libadores. Florece en primavera y verano, a sus flores blancas y olorosas les suceden unas bayas rojas que se tornan negras al madurar. Estos frutos son tóxicos.
Por la tierra baja se sembraban las trunfas coincidiendo con la luna nueva de febrero, pero en Chía saben que no por sembrar pronto, la planta de las patatas “se verá” antes y por eso el refrán sobre las patatas que dice: “Sémbrame quan quergás, que hasta mayo no me berás”; así que todavía se esperan unos meses a sembrarlas. «Dispués de la fiesta de Villanoba, ta lluna mingua»; o sea, en menguante y a partir de mayo (le fiesta de Villanova es a finales de abril).
En Chía aún queda alguna casa que “pllanta l’allero” en la luna vieja de febrero, como marca la tradición popular. Este año, la luna menguante cae el día 15. Por el valle se dice “Ta chinero pllanta l’allero, milló ta sagués que no a primero”, pero en Chía los ajos se han plantado (y se plantan) en febrero, si el tiempo lo permite. El ajo es un ingrediente muy propio de la cocina española, un protagonista de la cocina mediterránea. En la India y en Egipto se conoce su uso ya tres mil años antes de Cristo. Se le atribuyen acción antibiótica contra parásitos intestinales e infecciones urinarias, pero faltan más estudios que avalen esta premisa. Ni qué decir tiene que ponerlos en puertas, balcones y ventanas no ahuyenta la peste, ni los vampiros, ni otras “influencias maléficas” como se creía en la Edad Media. Tampoco es un complemento alimenticio para prevenir el cáncer (Instituto Nacional de Cáncer de Estados Unidos). Martínez Olmos, de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición, explica que es rico en antioxidantes, vitaminas B y C, selenio, manganeso, calcio y potasio; al partirlo o machacarlo se libera alicina, uno de sus principios beneficiosos (si se come crudo), pero no debe consumirse en exceso si se toman medicamentos anticoagulantes, porque es un antiagregante plaquetario. También apunta que se han demostrado beneficios para controlar la tensión arterial, el colesterol y la diabetes tipo 2. J Allué, del Colegio de Farmacéuticos de Barcelona, recomienda el ajo-miel para calmar la tos: tres dientes de ajo en rodajas con 100 gramos de miel.
Una última curiosidad de hace muchos muchos años, a las mujeres que no conseguían tener hijos se les recomendaba usar ropa interior de lana que se hubiera aclarado con agua de rosas en la que antes se había hervido una cabeza de ajos… uno de tantos remedios que no servía para nada, claro. De hechizos, metzineras y bruixas también hablaremos ya que nos consta la promulgación en 1574 de los desaforamientos de Abizanda, Borau, Benasque y Chía. Pero esto, para otro día.
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