La Sierra de Chía es de piedra caliza. Decía1 Saturnino López Novoa sobre Chía en 1870: “(…) Abunda la piedra de cal, y la que se elabora es superior a la de todo el país por su fortaleza y blancura.” Y este fue un oficio artesano alternativo a la actividad agrícola-ganadera de los cardigasos del que, como hemos visto, tenemos referencia escrita de hace 150 años. La sabiduría y experiencia para preparar el horno y saber cuándo la piedra estaba cocida, se transmitía de generación en generación. Transportar las piedras, cortar la leña y mantener el horno encendido, se hacía a vecinal.
Para obtener la cal, es necesario someter a la piedra caliza a un proceso de calcinación, lo que se conoce como “cocer la cal”. En varios “formatos”, desde cal viva a cal hidratada, se trata de productos alcalinos, de bajo coste para tratar el agua de consumo, los lodos y las aguas residuales (elimina la turbidez, elimina impurezas y neutraliza la acidez), cicatrizar las “heridas” de la poda, sulfatar, limpiar las tripas de los corderos, desinfectar los cerdos, preparar la argamasa (cal, arena y agua) –cálso en patués- para la construcción, para encalar los muros de las casas y desinfectar las cuadras (porque elimina bacterias, hongos e insectos). En tiempos de pestes y gripes, consiguió frenar la propagación de estas epidemias en más de un municipio.
La cal ya se utilizaba como desinfectante desde la época romana, tanto para las construcciones, como para enterrar a los muertos (y evitar que fueran focos contaminantes). Aplicada en los muros exteriores refleja el calor y deja transpirar los muros; pero también tiene una función antiséptica o desinfectante aplicada en los muros interiores. La cal fue fundamental para ligar morteros, pinturas y revestimientos en la construcción hasta la revolución industrial y el descubrimiento del cemento en Portland en 1824. Todos los edificios medievales que se conservan, así como sus frescos y estucos, se hacían con cal.
Era un trabajo duro que se servía de la piedra caliza y la leña de boj, ambas muy abundantes en Chía. El horno de cal solía estar ubicado en las proximidades de la cantera. Los hornos estaban encendidos, al menos, tres días y dos noches para “cocer” las piedras a fuego vivo. Los hombres se quedaban junto al horno para alimentarlo de leña constantemente. Luego se tapaba la entrada (por donde se metía la leña) y la salida de la chimenea, dejando sólo un pequeño orificio, para que se terminara de cocer durante el tiempo que tardaba en enfriarse (entre 5 y 7 días). Al terminar el proceso, se destapaba y se sacaba la cal, se cargaba en espuertas y se repartía entre los que habían participado en la elaboración. La producción era autosuficiente para todas las casas de Chía e, incluso, se abastecía a otros pueblos del Valle.
Solía hacerse la cal en primavera. Se buscaba un lugar con pendiente, para que fuera más fácil cargarlos. Se construían sobre un hoyo circular, sobre los que se levantaban las paredes, hasta cerrarlas con una bóveda.
Agapito Mur, de casa Dorotea, hizo mucha cal “a vecinal” en los años 50. Nos explica los pasos que se seguían:
1.- “Preparar los fardos de ramas de buixo, que hacían mucha llama y poca ceniza. Se dejaban secar en el monte unos meses antes de transportarlos al horno”. [Para una hornada eran necesarios entre 2.000 y 3.000 fajos de ramas (de unos 30-35 kg cada uno)].
2.- “Organizar las piedras calizas por tamaños cerca del horno”. [Para cada hornada hacían falta de 30.000 a 60.000 kilos de piedras (= 60 toneladas o 1.300 quintales)].
3.- Parar el horno. “Esto era la parte más difícil: había que colocar las piedras en hileras que cada vez se cierran más, hasta formar la bóveda del horno, sin que se caigan y procurando que queden bien ajustadas. En la parte más baja quedaba abierta la boca del horno, por donde se alimentaba el fuego. Santamaría y Galino eran muy buenos ta pará el fort. A veces subía Artiga de Castejón , que era albañil.”
4.- Calcinación. “Se prendía el fuego en la parte inferior y se mantenía la llama mientras duraba el proceso de la calcinación, día y noche, para lo que había que introducir ramas constantemente”. [La llama debía salir por la parte superior del horno con el fin de “caldear” las piedras y mantener así temperaturas de unos 1.000ºC (a partir de los 800º el carbonato cálcico elimina el anhídrido carbónico y pasa a óxido de calcio)]. “Cuando estaban blancas, había finalizado el proceso”.
5.- Obtener la cal. “Las piedras se sacaban por la parte superior del horno y se transportaban hasta las casas, donde se mantenían protegidas de la humedad en recipientes metálicos hasta que iban a ser utilizadas, porque la cal se pudre”.
La producción de cada hornada llevaba casi un mes: una semana para cargar el horno, una semana para la cocción, una para el enfriamiento y una para sacar la cal producida.
No disponemos, hasta el momento, de imágenes que ilustren aquella actividad en Chía. Podemos hacernos una idea viendo el siguiente vídeo que explica cómo hacían la cal en Orgaz (Toledo) https://youtu.be/pZ_qoSc4FjQ Las herramientas y los procesos aquí recibían otro nombre, no se usaba hojuela como combustible, las piedras se organizaban de otra manera; pero, detalles aparte, la esencia del duro y largo trabajo era la misma.
En Chía tenemos localizados restos de cinco hornos de cal. Agradecemos las indicaciones a Gregoria, Chongastán, Dorotea, Treseta, Riu y a Generosa. También a MASPIRINEO por las coordenadas y las fotos. Si alguno de los lectores tiene localizado algún otro horno, lo incluiremos en la lista (porque sabemos que había también hornos en La Matosa de Cornel, debajo de Sobrepiara, en Ros, el Puso Sansón):
- Pllana de Cuancas, en la Costereta: 42.51542ºN 0.47488ºE (1.295 m. altitud)
- El Fornaset, en las Carreras junto al pinar
- Artiga de Toña, donde ponían trigo
- Las Lléras, encima de las casetas del cruce de la carretera: 42.51368ºN 0.48113ºE (980 m.)
- Debajo de La Encontrada: 42.51300ºN 0.47284ºE (1.189 m. altitud)
El último horno que fabricó cal en Chía fue el Fort del Fornaset. Juan de Chongastán, que estuvo alimentando el fuego de aquella hornada (pocos días antes de cumplir 18 años), nos explica: «El último día que quemó el horno fue la noche que nació Mari Luz Pallaruelo (15 de marzo de 1961), Marie. Al haz de buixo se le llama truésa en patués; las ramas se ataban con berdiasos d’albá (fibras o «mimbres» de abedul). Una cólla (cuadrilla) de 20-30 hombres cargaban la leña hasta el horno, cada uno llevaba una truésa (fajo de boj) al cuello. Los jornales se pagaban con quintales2 o cuartillos de cal (un cuartillo = 1/4 de fanega = 12,50 kg). Por la noche se quedaban cuatro hombres para alimentar el fuego, que se turnaban de dos en dos para que estuviera siempre encendido. Las truésas se empujaban dentro del horno con la forcana (horca larga)».
Los hornos de cal son un patrimonio que debemos conservar como parte de nuestra historia, pero también como parte de la oferta natural y cultural que podemos mostrar a los visitantes. Nos permitimos remarcar que la fabricación de cal y los hornos (construcciones de piedra seca), han sido declarados por la UNESCO “patrimonio inmaterial de la humanidad”.
Desde la visión de que el patrimonio cultural es un “activo económico local” y un recurso para el desarrollo sostenible, es deseable acometer las obras necesarias (¿desde el Parque Cultural Valle de Benasque, la Comarca, la DPH, la Comunidad Autónoma…? ¿o tendremos que promover el micromecenazgo o apadrinar un horno entre varias casas?) para conseguir:
– reconstruir la estructura completa de uno de los hornos y
– consolidar los restos de los restantes, estableciendo un perímetro de protección;
– además de diseñar y señalizar un sendero interpretativo que nos acerque a esta actividad artesana de muchos siglos de trayectoria.
1López Novoa, Saturnino. HISTORIA DE BARBASTRO. 1870. Tomo II. p.245.
2Un quintal era una antigua unidad de medida de masa. Equivalía a 100 libras castellanas (46 kg). La cuarta parte de un quintal era una arroba.
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Estos hornos se deberían reconstruir y mantener. Signo de la necesidad de producir la cal.
Los vecinales se deberían haber mantenido para realizar estos y otros trabajos necesarios en los pueblos. Hoy en día imposible debido a la despoblación rural.
Totalmente de acuerdo M. Carmen. Sería interesante celebrar la fiesta de la cal, rememorando todo el proceso, al que bien seguro acudiría mucha gente inquieta por conocer estas costumbres u oficios ancestrales.
Y lo de mantener los vecinales me parece maravilloso, en este mundo tan digital y distante. Recuerdo haber participado en alguno en mi adolescencia del que guardo gratos recuerdos, como compartir comida y bebida, el esfuerzo, el compañerismo y la humildad, etc,..
Un saludo.
Chuan Ferraz
increible esa descripcion de los Forts de Calsina ,esas paginas de Villa de Chia hacen conocer practicas que revelan la formidable ingeniosisad de una población montañesa con pocos medios en esos tiempos .Muy interesante recordar esas practicas en una época que preconiza la ecología .Debo confesar un cierto orgullo de ser descendiente de » cardigazos » valientes y listos y gracias a Mari-Antonia por su admirable trabajo .Buenas Navidades a todos