Paquita nació en casa Matías de Chía un 18 de abril de 1936; acaba de cumplir los 86 años. Hija de Teodoro Martín Plana, de casa Matías, y Concepción Saura Latorre, de casa Portella de Bisaurri. Le pusieron el nombre de su abuela paterna.
Es la última de seis hermanos: Ramón, José, Teodoro, Conchita, Eusebio y Paquita. Ramón, José y Teodoro estuvieron en Fernando Poo. Ramón y Conchita se quedaron en Chía, José y Teodoro se instalaron en Barcelona, Eusebio en Francia y Paquita en Figarol (Navarra).
Tiene familia en Castejón, unos hijos de su tía (hermana de su madre), también en Sesué, Sos y Villanova.
¿Qué recuerda de sus padres?
Nos querían mucho. Mis padres vivieron un tiempo en Francia, luego regresaron a Chía. Yo también viví en Francia de muy pequeña, pero no me acuerdo. Estuvimos en Montauban cuando la guerra, habíamos pasado el Portillón de Benasque con nieve.
Mi madre había ido a la escuela en Francia, hablaba muy bien el francés. Era muy trabajadora y buena persona.
Mi padre tenía hermanos en Francia y hacían carreteras en Montsegur; durante muchos años estuvo pasando largas temporadas en Francia para trabajar con ellos. Cuatro tíos se quedaron allí definitivamente [uno de ellos, el padre de Erlette Martín Plana de la que hemos publicado varias de sus pinturas en este blog y que vive en Burdeos].
Mientras mi padre estaba en Francia, el tío Juan de Chuana (su mujer era hermana de mi padre), pasaba todas las mañanas por casa Matías a beberse medio vasito de vino con un trozo de pan y, de paso, organizaba el día a mis hermanos: donde había que labrar para sembrar las patatas, si había que hacer leña, cuándo limpiar las cuadras, etc. Le quería como a un padre.
¿Qué nos cuenta de su infancia?
Jugábamos al marro, al pito (hacíamos una curra), al llibrat (no podías moverte hasta que te liberaban tocándote y decías llibrat); jugábamos juntos chicos y chicas.
Una tía de Sesué me dejó el vestido para hacer la Primera Comunión. Al salir de misa me lo quité y se lo llevó. Me puse un vestido rosa que me habían hecho para después de la ceremonia. Ese día hicimos la Comunión muchos niños y niñas.
Un día me fui a andar con mi hermana Conchita, que me subió al burro para que no me cansara. Me caí del burro y me rompí el brazo izquierdo, tendría unos 8 años. En Castejón me pusieron una venda con pesos y días después me lo enyesaron. Mi madre me puso un pañuelo para que lo llevara en cabestrillo y que no me pesara tanto. Al mes y pico, me quitaron el yeso y mi madre me hacía cargar medio cubo de agua varias veces al día para recuperar la fuerza y la movilidad, cuando íbamos a buscar agua al poset de Matías.
¿Qué recuerda del colegio?
Teníamos una maestra de San Feliu, Ascensión, que se alojaba en casa Siresa. Con ella estudiábamos mucho catecismo y nos contaba muchos cuentos. Entonces estábamos en el colegio hasta los 14 ó 15 años. También recuerdo al maestro de los chicos, José María. Era de Jaca y se alojaba en casa Bringué. Como los padres del maestro tenían una zapatería en Jaca, mi madre le encargó unos zapatos para mi, para los domingos. Aquí sólo había alpargatas y abarcas.
¿Qué comidas de entonces le vienen a la cabeza?
El recau (patatas hervidas, col y ensundia), las sopas de ajo, las patatas con sangre. El día que comíamos tortilla, ¡poco buena que nos sabía! Los domingos mi madre guisaba pollo. Las primeras casas que criaban pollos eran Toña, Matías y Taberna. En qué Matías había 24 gallinas todo el año. Pasaban el invierno en el corral de las vacas y no pasar frío; los días de sol las sacábamos a la era.
Y todas las conservas del cerdo: costilla, lomo, longaniza, morcillas, tortetas (negras y blancas), salar los jamones…
¿Qué hacía de jovencita?
Mis padres tenían ganadería, la tienda y el bar, había que ayudar en casa. En el campo había mucho que hacer: la hierba, las vacas, las patatas, el huerto… Ataba gavillas y feixinas, detrás de dos hombres que iban segando, luego había que llevarlas al pajar. También trabajé en casa Presín guardando las vacas; las sacábamos por la mañana y por la tarde.
A los 18 años fui a trabajar a Tarragona. Estuve dos años en el Seminario, cerca de la catedral. Trabajaba en la cocina pelando patatas, fregando platos y perolas… ¡solían servirse casi 300 comidas! En agosto teníamos vacaciones y volvía a Chía. Cogía el tren de Tarragona a Monzón y luego el coche de línea a Castejón; bajaba uno de mis hermanos a recogerme.
Luego llevé la tienda de Chía. Mis hermanos estaban en la Guinea. Cuando volvió mi hermano José después de pasar allí seis años, no lo conocía. Solían trabajar dos años y luego tenían 6 meses de vacaciones; pero como el viaje duraba un mes y si se quedaban les pagaban más, estuvo mucho tiempo sin venir.
¿Qué nos cuenta de las fiestas?
Jugábamos y bailábamos en la plaza. Se plantaba un mallo para que subieran los mozos. Y se rifaba un cordero.
Los mozos iban a rondar a las mozas por las casas y recogían unas tortas o rosquillas. https://villadechia.es/ta-la-fiesta-se-feba-rosquilla/
Íbamos a La Encontrada y allí se bailaban dos bailes. Las cuatro mayordomas llevaban el estandarte: una el palo y tres las cintas.
El turronero venía todos los años; vendía barras guirlache, unas grandes y otras pequeñas. Se quedaba a dormir en la falsa de Matías durante las fiestas. Los músicos dormían en las habitaciones.
¿Qué menús se hacían antes para las fiestas de Chía?
Una olla de buen caldo para hacer sopa y comer la carne del cocido. De segundo, costillas de cordero asadas o cordero al chilindrón. De postre, madalenas, brazo de gitano, pastas de coco y sequillos.
Esos días las mujeres trabajábamos a destajo. Ahora se va al restaurante, pero antes había que dar de comer y cenar a todos los familiares que venían pasar los días de fiesta.
¿Cuándo se casó?
En febrero de 1973 en la iglesia de San Francisco de Asís de Barbastro, con Joaquín Sahún, de casa Pascual de Sos. Nos conocimos porque íbamos a casa de la familia que teníamos en Sos cuando eran las fiestas.
Al casarme, me trasladé a Figarol, donde llevé con mi marido la carnicería y el bar. Vendíamos los cerdos que criábamos y corderos que comprábamos.
Mi hijo José Antonio nació en 1974.
Mi marido murió el 8 de junio de 2012.
¿Qué le parecen los avances tecnológicos, cómo han cambiado la vida de las mujeres?
Yo siempre he visto la luz en casa y en Chía, aunque había pocas bombillas en la calle.
Íbamos a buscar el agua al poset de casa Matías con un palo en el cuello y un pozal en cada punta, era la collada.
Para lavar la ropa y los menudos de los corderos había que ir a los lavaderos: en La Canal, en el de Baix… ¡Teníamos sabañones en cantidad, en las manos y en los pies! En invierno teníamos que romper el hielo para poder lavar.
Ahora todo es fácil: cocinar, lavar, comprar, ir y venir, calentarse… todo… nada que ver con lo de antes.
¿Qué echa de menos?
Los días de la escuela y jugar con las amigas.
¿Una afición?
He cosido mucho y muy bien. Me ha gustado siempre. Y las flores, ¡me encanta cuidarme de ellas!
¿Un recuerdo que le haga feliz?
Nos juntábamos con los de Chuana, Chongastán y Aceiterero para matar el cerdo. Era una fiesta. Lo pasábamos muy bien. Para ese día se preparaban trunfas dan sanc con la sangre de una oveja o un cordero que se había matado.
Hacíamos paté con el hígado del cerdo, lo fileteábamos para freírlo, luego se trituraba con anís en grano, sal y pimienta. Se conservaba en frascos al baño María y se comía durante el año para merendar o cenar con una rebanada de pan.
¿Qué conserva de Chía?
Me acuerdo de muchas cosas. No me acuesto sin rezar a la Virgen de La Encontrada.
¿El secreto para llegar tan bien a los 86 años?
¡Qué sé yo! Lo que siempre he hecho es pasear una o dos horas después de comer, en invierno, y después de cenar, en verano.
Cuando vivía en Chía, íbamos andando a Castejón por el camino viejo, ¡tardábamos hora y pico! Luego, subíamos bien cargados con las compras que habíamos hecho.
Ahora, le doy a unos pedales sentada en el sillón.
¿Algún consejo para los que vienen detrás?
Cada vez hay menos gente en los pueblos, no lo entiendo. En la capital se va siempre corriendo y no se come bien. En los pueblos se vive mejor, más tranquilo, hay tiempo para comer y se hace más ejercicio.
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