Julia nació en casa Garsía de Chía un 25 de febrero de 1928, hoy hace 92 años. Hija de Juan Mur y María Blanc, la séptima de ocho hijos (Juan, María, Beatriz, Fina, Antonia, su gemela, Julia y Feli).
Con ella estrenamos el capítulo que dedicaremos a nuestros mayores, en el que empezamos entrevistando y con motivo de su cumpleaños, a los empadronados en Chía que tengan más de 80 años.
¿A qué jugaba de pequeña?
Al corro de la patata, a la pelota, al marro. Éramos mucha cuadrilla en casa y nos mandaban a jugar al prau y así los dejábamos tranquilos.
¿A qué años empezó a ir al colegio?
A los 6 años. Había escuela para niños y para niñas.
¿Le gustaba ir al colegio? ¿Eran muchos?
Claro, más que ir a guardar los corderos. Sí, pero no me acuerdo cuántos. Carmina de Presín iba también cuando yo estaba en la escuela, y mi hermana Feli. Luego vino otra maestra que enseñaba mucho más y dijo que a mi hermana había que hacerle estudiar porque era muy inteligente. Mi hermano Juan dijo, “eso, no tenemos dinero para pagar la contribución y vamos a hacer estudiar a Feli”.
¿Alguna maestra que recuerde especialmente?
Sólo tuve a María Salas, que tenía el 4º de Bachiller, pero tampoco enseñaba mucho.
¿Algún recuerdo de la Guerra Civil?
Un día iba con mi madre y los machos a Sesué, a moler el trigo en casa de mi tío Enrique, y nos pegaban unos tiros por aquellos campos… no sé si eran rojos o azules. Dejábamos allí el trigo por la noche para que lo moliera mi tío y luego iba mi madre a recogerlo. En casa Garsía teníamos pastera y forno, pastábamos cada 15 ó 20 días.
Me acuerdo también de que quedaba chocolate de los militares por el suelo. Lo rascábamos para quitarle lo sucio y nos lo comíamos. Había uno de los sargentos que decía “esta es mi novia… cuando me decía eso desaparecía de casa y luego no sabían dónde estaba… ¡qué vergüenza me daba! Tenía ocho o nueve años”. Los militares estuvieron en todas las casas, fue poco tiempo. Los oficiales se llevaron las criadas del chalet de los Mora, eran unas chicas guapas.
¿Ha trabajado fuera de casa?
A los 15 años fui a casa Gabás de Liri de criada, a cuidar dos niños pequeños. En Liri el agua para lavar la ropa era templada; en invierno el agua del lavadero de casa Gabás estaba helada y nos íbamos a lavar al lavadero del pueblo. Un agua nada fría, quedaba la ropa de maravilla.
¿Es laminera?
Nada, no soy de dulce. Prefiero la fruta.
¿Qué le ha gustado hacer en el tiempo libre?
Me gustaba mucho el punto. Le hice a mi hermana un jersey y una falda de campana que teñimos de rojo. He hecho un montón de calcetines.
¿Qué me cuenta de su marido, Dámaso de Taberna?
Si hubiéramos estados en IFAS y no en la Seguridad Social, mi marido no se hubiera muerto. Era muy fuerte. Tuvo un infarto y tardaron un año en hacerle el cateterismo. Ya le dije a la médica, “si se me boza la fregadera y tardan un año en venir a arreglarla, ¡dónde pararía!”.
Era muy bueno para las cuentas. Era inteligente.
¿Cómo se conocieron?
En Chía.
¿Dónde se casaron?
En la iglesia de San Vicente, en la parroquia de Chía. Me faltaba poco para cumplir los 26 años.
¿Cuál es el viaje que ha hecho más lejos?
A Fernando Poo para acompañar a Dámaso, mi marido.
¿Dónde vivían?
En las fincas de cacao. Mallo y Mora no querían mujeres, yo pude ir porque estaba en la Misión Católica. Hacía siempre mucho calor. Aunque había cocinero, yo también me metía en la cocina; pero se sudaba como un toro.
¿Cuánto tiempo pasó en Fernando Poo?
Tres campañas, que eran de dos años cada una. Entre campaña y campaña veníamos 6 meses de vacaciones a Chía. Cuando estuve embarazada de Adolfo me vine antes a Chía. Mi marido en total estuvo 17 años, contando las vacaciones.
¿Cuántos hijos tuvo?
Cuatro, una tropa. Arturo, Dámaso y Javier nacieron en Guinea. Adolfo, el tercero, nació en Chía; después me pesó porque estaba mejor en Guinea con mi marido. Tardé tres años en tener el primero, y luego en cinco años tuve los cuatro. Entonces no había pañales como ahora. En los embarazos, todos los niños al mismo lado. Luisa de Barbero me dijo que ella también tuvo las niñas todas al mismo lado.
¿Es consciente de ser una pionera? en los años 50 eran muy pocos los que hacían viajes de 8.000 km y aún menos una mujer.
Yo quería estar con mi marido. Los viajes no me importaban. Menos uno que hice en barco, todos fueron en avión. Decía Adolfo en un viaje que no vino Dámaso, “yo no quiero, que se caerá el avión”.
¿Cuándo volvieron de Guinea?
Javier era de meses y ahora tiene 56. Y al poco de volver nos fuimos a Monzón.
¿Qué invento del siglo XX le parece más necesario o imprescindible?
La lavadora. Cuando la pusimos en casa me pareció que ya no tenía nada de trabajo.
¿Algo que recuerde con cariño de la vida en Chía?
Jugar a las quillas. Se ponen tres filas de tres quillas, son nueve en total y un bolo. Las poníamos en cualquier sitio; aunque no fuera plano, así el bolo corría más. La que jugaba muy bien era mi hermana Fina, que era tremenda para jugar a las quillas, ¡siempre ganaba! Decíamos que “estaba rica” porque había reunido dos reales.
Y lo que más me ha gustado siempre son las cosas de la iglesia. El altar de la iglesia de Chía era precioso, todo de madera, pero lo destrozaron cuando la guerra. Lo quemaron todo, y los santos. En San Martín no había entrado nunca, hasta hace poco.
¿Le gustaría que se conservara algo para el futuro?
La iglesia, aunque no va nadie.
¿Cómo le gustaría ser recordada?
Eso me es indiferente.
¿Algún secreto para llegar a los 92 años?
No tengo ninguno. No he hecho nada de especial para vivir más. Los nombres de la gente se me olvidan horrores.
¿Una comida que le pidan los hijos o los nietos?
Patatas con bechamel: cortas las patatas a rodajas, las fríes, las pones en una fuente, se cubren de bechamel y se pone queso por encima. Me dijeron que pusiera también carne, pero están mejor sin carne. El secreto está en hacer la bechamel con mantequilla.
¿Algún consejo para la juventud?
Cualquiera da consejos ahora a la juventud. Ni a mis nietos, que tengo seis.
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