JUAN MARTÍN BALLARÍN, de casa Chongastán

Juan MARTIN BALLARÍN nació en Chía el 20 de marzo de 1943. Hoy cumple 80 años.

Hijo de Josefina Ballarín Gairín, de casa Chongastán, y de Lisardo Martín Plana, de casa Matías.

Fuimos cuatro hermanos: yo, el primero, Félix, Emilio y Enrique, que falleció.

Cuando mi nieto mayor cumplió 9 años, vi lo que abultaba y le dije, yo no era tan grande porque no he comido como tú, no había yogures ni petit suisses; pero es a partir de los 9 años que tengo conciencia de la vida. En 1952 tenía 9 años, en Castejón había tres carniceros, Ramón de Pallás, Manolo de Pallás y Mancurro. Manolo le dijo a mi padre “¿me dejarías al chico para cuidarme los corderos?”. Los carniceros tenían sus ovejas y corderos para el verano. “¿Y cuánto le pagarás?” dijo mi padre, “5 pesetas al día durante julio y agosto”. Sólo aguanté 35 días. Mi madre bajaba a por el pan todos los lunes con el burro tordillo que teníamos y cuando sacaba las orejas por el túnel ya lo veía. Un día bajó mi padre y yo me agarré y le dije que no quería estar en Castejón, me trataban muy bien, pero añoraba la casa y la familia.

En invierno iba al colegio, no me gustaba mucho. El día que tenía que cuidar vacas o corderos, contento, porque no tenía que estudiar la lección. Salíamos a las cinco de la escuela y nos íbamos a correr, a jugar o a coger pájaros. Esperábamos al día de San José para ir a cazar las culroyas (con la cola roja) y las viudetas (más oscuras), poníamos 15-20 escarpells (cepos) por el prau de Garsía y Sanson. Se pelaban, se rustían y las comíamos con arroz o cebolla, había más huesos que otra cosa, pero daban muy buen sabor al arroz o a la cebolla. Hace poco le enseñé a mi nieto Diego dos engañapastós (pájaros blancos que se paraban encima de las ovejas).

Con 10 años me contrataron de rebadano a la montaña. Había un vaquero para cuidar las vacas y le ponían un chico pequeño para bajar a buscar el pan o bajar a avisar si había un problema. Aquel verano me pagaron 14 pesetas al día.

Con 11 años me contrató Ramón de Presín para el verano, a 14 pesetas al día.

A los 12 años un tío mío cogió las fiebres y como teníamos las ovejas en Ñara y mi padre no abundaba me envió a mi diez días a cuidarlas; Marcial de Bringué, que era el alcalde, le decía a mi padre que si no me llevaban a la escuela no le pagarían la cuota de escolarización. No podía mover las vallas de madera y no llegaba para clavar los postes. Mi padre labraba en La Coma, mi madre bajaba los bueyes a casa y él subía por Pinedo y els pradets de la Creu hasta Ñara para cambiar las vallas, porque se estercolaba un cuadro de la finca cada noche.

A los 14 años se acababa el colegio y pasé a cuidar las ovejas que era lo que me gustaba. Cuando empecé, mi padre tenía 30-40 ovejas, llegamos a tener 140-150 cuando me cuidaba yo. Entre Todos los Santos hasta San Pedro las sacaba todos los días, y en junio subían a la montaña. Lo mío era guardar las ovejas.

De izq. a dcha.: Juanito Barbero, Félix de Ramondarcas, Constantino Artasona, Juanito Taberna, Juan de Chuana, José de Choldián, Jesús de Gregoria, el burro (de Chuana) cargando un jabalí, Emilio Sansón y Juan de Chongastán (15 años). Chía, 1958.

Con 17 años estuve de mozo segundo en casa Castán, Enrique Ramondarcas era el primero mozo. Yo estaba para labrar con los bueyes.

Mariano Castán me dijo que fuera a Zaragoza a hacer el Servicio Militar y firmé de voluntario para 20 meses, entre 1962 y 64. Yo no había pasado de Graus y no me gustó nada estar en la ciudad. Estaba de camarero en la residencia de oficiales, creo que allí se me despertó el gusanillo de la hostelería; aunque cuando llegó la pista a la pila La Coma yo ya pensaba en poner un chiringuito para dar jamón, vino y cerveza, pero no sabía cómo enfriar las cervezas, todavía no conocía los generadores de gasolina. Pensaba, si los de Cornel me vendieran el prau, pondría un chiringuito.

 El día que me licencié fui a despedirme de los Castán y me dijeron de qué quería trabajar en Zaragoza, y ya les dije que de nada, que a mi me gustaba trabajar en casa.

 

 

 

 

 

 

Mientras estuve en la mili mi hermano Félix se cuidó de las ovejas. Luego las pusimos a medias en Bacamorta, pero las vendimos al año siguiente, en 1965, porque no fue bien. Fueron las primeras ovejas de Chía que se vendieron y nos dedicamos a la patata. Invertimos las perras de las ovejas en un 600.

Con el 600 corría mucho por el valle. Cuando vine de la mili, Pepita servía en Castejón, en casa del veterinario. Nos conocimos en la fiesta de Eriste.

En 1973 Pepita trabajaba en la fonda Josefina de Seira, que eran primas. Me preguntó Josefina un día se quería trabajar en la Central, le dije que no, que estaría mirando todo el día a La Garriga controlando por dónde pasaban las ovejas.

Me considero progresista y emprendedor, porque siempre he tenido visión de futuro. Mi padre decía que había que sembrar y cosechar trigo para tener pan; pero supo escucharme cuando le propuse cambios, me dejó tener iniciativa. Teníamos un par de bueyes, un burro y una yegua, cuatro cabezas. Le propuse vender dos bueyes y comprar dos machos que servirían para la carga y para labrar. Me dijo, “¿cómo desyermarás?”, y le dije “pues con los mulos, como en la tierra baja”. Los vendimos en la ferieta de Castejón, en diciembre, nos dieron 15.000 ptas por buey. Con lo de un buey compramos dos machos. El caballar ya iba a la derrumba, pagamos 7.500 pesetas por cada macho. Guardamos sólo el burro. Les enseñamos a labrar y sembramos patatas recién venido de la mili, en 1964. El cobertizo de casa estaba lleno de patatas, cogíamos 30.000 kg. Unos andaluces de Almacellas subían con dos camiones SABA que cargaban 3.000 kg (60 sacos de 50 kg) cada uno, 6.000 kg por viaje, nos daban 18.000 pesetas cada día (a 3 pesetas el kilo).

En 1973 compramos un Barreiros, el primer tractor que tuvimos en casa.

Pepita (a la derecha) con su familia

En 1974 me casé con Pepita Carrera Puyal. Es de Molinet d’Aiguascaldas. Tenían horno, molino, electricidad, su padre carpintero y su madre llevaba la posada para los que cargaban la madera con los machos. Nos casamos en Campo.

Después de la patata, vino la leche. Daniel de Casabón cargaba el burro con 3 bidones y los llevaba al empalme. Ayudó poco económicamente, fue un fracaso, porque al litro de leche había que descontar el kilo de harina. La leche se pagaba muy mal.

En los años 50-60-70 había una relación familiar entre todos. Los vecinos íbamos a femiar con las espuertas, se sacaban la petaca para hacerse un cigarro y contarse las cosas. Unos más amigos que otros, pero se podía confiar en casi todos. Cuando se labraba, los bueyes descansaban 20 minutos cada dos horas, se cogía la bota y la alforja y se alternaba con los que trabajan en el campo de al lado. Había mucha más humildad. Cuando había que traer bargas de heno, podías pedir el burro al vecino para acarrear la hierba. O si a alguno se le fastidiaba un cabo (la pareja del par de bueyes), siempre alguien te dejaba el suyo. Había más convivencia y las casas tenían lazos de familias con las otras. Se mataba el cerdo en noviembre y, por ejemplo, se juntaban Ramondarcas, Matías y Chongastán. Mataba Matías y nos juntábamos con Aceiterero, Chuana y nosotros. Adelina de Chuana era hermana de mi padre.

Cuando terminaron de hacer la granja de Unesas, empecé yo a hacer la mía. Fui a Villanova a pedir a Ballabriga que me dejara el remolque de madera que basculaba para allanar el terreno y hacer la granja delante de casa rascando con la pala del tractor. Mi mujer decía, “no tiene un duro y quiere hacer una granja”. En 1978 entraron 22 vacas en la granja de casa, había 30 plazas.

En 1979 subí los bidones a la falsa, fui el primeo en dejar de ordeñar. Y aquí me decían “una vaca un ternero, no irás lejos”. Pues ya aumentaré poco a poco, pensé. Al día siguiente de San José las vacas iban para La Garriga, el pajar estaba lleno de hierba y rebasto y allí podíamos regar. En la Garriga siempre guardaba 4 terneras cada año. A los pocos años, aquí ya teníamos 30 vacas y con barras de freixe hicimos un cubierto con un toldo en Trieras. Ahora tenemos unas 90 cabezas.

 

 

 

 

 

 

Mis hijos nacieron en 1975 (Begoña), 1976 (Juanjo) y 1986 (Judit). Lo del restaurante fue un embarazo largo. Llegó un día que había que sacar las cuadras del casco urbano, el plazo acababa en 2002 (luego se alargó a 2003). Este edificio para tractores y hierba estando las vacas allá arriba, empecé a darle vueltas a cómo reconvertir esa cuadra. Los genes también se heredan: la madre de mi padre, en casa Matías, ya se dedicaba a la cantina. Bajé a Graus a buscar un arquitecto para ver qué se podía hacer en esta cuadra que todavía estaban los terneros: 22 m de largo por 12 de ancho. Sólo quería un anteproyecto para tener una idea, era 1999. Mi hermano Félix se estaba haciendo la casa.

Mi hija Begoña trabajaba en la notaría de Benasque, pasaron cinco años hasta que quiso dejarlo y recuperar el anteproyecto de restaurante que había encargado yo. Abrimos en 2006.

 

 

 

 

 

 

La ganadería, si no viene gente joven, que lo veo difícil, no tendrá futuro; esto terminará siendo un coto de caza para jabalís, corzos y ciervos. Lo que más temo es que perderemos los caminos principales, las piedras van siempre para bajo y las barzas se cruzan, ya hemos perdido los caminos secundarios. O el Ayuntamiento los conserva, o los perderemos. Esto acabará siendo un bosque.

Chía crecerá, no irá para abajo. Hace falta una urbanización para economías medias, de casas adosas. En los últimos 50-60 años ha cambiado mucho la vida, las abundancias de ahora no las había antes; la calidad de vida ha subido siempre, podrá estancarse, pero no volveremos a lo de antes.


Tengo cuatro nietos: Hugo, Diego, Alex y Jorge. Hugo, que ya tiene 15 años, preguntó a sus padres si le pagarían la matrícula en la escuela de hostelería del País Vasco, porque él quiere vivir aquí y si estudia otra cosa se tendrá que ir del Valle. A mi me emocionó saberlo, es muy importante para el futuro de casa Chongastán que los nietos quieran vivir aquí. La ganadería de casa Chongastán desaparecerá; aunque el segundo de Begoña es de monte, cuando vamos a la montaña se revuelca en el campo porque le gusta oler a monte. Yo les aconsejo que primero que estudien y, luego, que les enseñen a trabajar. A veces uno puede recibir mucha cultura, pero si no se tiene inteligencia, que se lleva en los genes, de poco sirve saber. Les tengo prometido que cada diez que saquen, 10 euros que les doy.

 

 

 

 

 

 

 

 

Ahora disfruto mucho de la familia, sobre todo, de mis nietos. La familia es lo más importante. Estoy animado después de estas operaciones y emocionado de estar en casa, aunque he dejado 4 kilos en Zaragoza. Tengo unos hijos que valen un tesoro.

JOSÉ ANTONIO RÍO BERNAD, de casa Bringué

José Antonio RIO BERNAD nació en Chía el 31 octubre 1941. Hoy cumple 81 años.

Hijo de Mercedes Bernad Cazcarra, de casa Pardina de Gistaín, y de Marcial Río Ballarín, de casa Bringué de Chía.

¿Cuántos hermanos fueron?

Fuimos siete hermanos. El mayor era gemelo mío, Marcial. Murió con dos o tres años de un accidente en casa Sansón, se cayó hacia atrás en un caldero hirviendo mientras hacían el mondongo de la matanza. Después de Rosita había otra chica, Mari Carmen, que murió a los tres años de una gastroenteritis. Así que quedamos cinco: María Jesús, Rosa, Marcial, Ramón y yo.

José Antonio con su hermana en la puerta de la escuela de Chía. Años 40. (Foto: Casa Bringué)

¿Casa Bringué es familia de casa Sansón?

Mi abuelo paterno era de casa Bringué y mi abuela paterna vino de casa Sansón. Se casaron dos hermanos de Bringué con dos hermanas de Sansón; el hermano de mi abuelo Marcial marchó a casa Sansón, José Río Mallo. Los hermanos de mi abuelo eran cuatro chicos y tres chicas, y de los chicos había un cura llamado Antonio y dos monjas. Mi abuelo tuvo cuatro hijos, tres chicos y una chica.

Casa Bringué (Foto: Casa Matías)

¿Cómo era casa Bringué en los años 40?

Teníamos el hogar en campana, con el cremallo y el caldero debajo, con los bancos y la cadiera alrededor. Casa Bringué era la típica casa-patio de la montaña, con su era, pajar y cuadras. Ahora es una construcción nueva que hicimos para poder tener cada uno de los hermanos un apartamento.

Nueva casa Bringué (Foto: Casa Matías)

 

 

 

 

 

 

Pintura de la antigua Casa Bringué

Hay constancia documental (recogida por el historiador Guillermo Tomás Faci) de que Berenguer de Chía tenía viñas en Castejón en la Edad Media y pagaba impuestos en uva. Bringué viene de Berenguer.

Borda de Bringué en Las Garrigas

 

Marcial Río Mallo, el abuelo paterno de José Antonio. (Foto: casa Bringué)

En la Garriga tenemos la borda de casa Bringué. Me decía mi abuelo Marcial que en el prau de l’aiguau que era relativamente llano, donde llegaba antes la primavera (crecía la primera hierba y salían las primeras flores), habían tenido viña hasta que llegó la filoxera a principios del siglo XIX. Mi abuelo Marcial murió en 1963, el año que cumplía los 95; nació en 1868. Está enterrado en el cementerio de la iglesia de San Martín.

¿Cómo eran sus padres?

Mi padre tenía un genio bastante especial. Fue alcalde de los años 50 a los años sesenta y algo. Mi madre era un encanto; murió joven en 1970, a los 55 años. Llevó la centralita de teléfono de Chía que se instaló en 1960 en casa Bringué.

¿Cómo se vivía en la primera mitad del siglo XX en Chía?

Aquí las casas vivían de la ganadería y la agricultura siguiendo una tradición de siglos. El objeto de la producción era la subsistencia, o sea, comer y malvestir. El dinero, que era para los gastos que no podían sufragarse con otra cosa, se hacía de la ganadería y especialmente con la recría de las mulas. Mi padre había estado en Barcelona, pero mi abuelo no, a pesar de que dos hermanas de mi abuelo eran monjas en Jesús y María, y además tenía un hermano cura que lo mataron en Bonansa durante la Guerra Civil. Recuerdo haber visto en casa un baúl con la teja, la sotana, y todas las cosas de mi tío-abuelo cura, además de muchos escapularios y estampas que nos enviaban las monjas.

Aquí había muchas ovejas y en invierno las sacaban a la “terra baixa”; en casa Bringué habría doscientas y pico. Mi abuelo materno tenía unas 1.000 ovejas en Gistaín y se llevaba las de Bringué con las suyas. De Gistaín, también bajaban ovejas de casa Saila, de casa el Sastre… se juntaba un rebaño grande que pasaba el invierno con un mayoral y tres pastores.

El ganado que se criaba aquí eran ovejas, mulas y vacas, además de las caballerías de trabajo, burro o caballo o yegua, dos o tres machos, todos para vender en la feria. Las mulas y los machos se llevaban a las ferias de Graus o Barbastro. Recuerdo que mi abuelo Marcial Río Mallo contaba que él iba a Francia a comprar las mulas con sus primos de Benasque (su primo de Agustina hablaba francés perfecto porque había estudiado en Francia). Río, de casa Agustina de Benás (de donde vino mi bisabuelo) y Mallo de su madre, la heredera de casa Bringué. Había un “maquignon” (tratante de ganado) para la zona de Toulouse y otro para la zona de Burdeos. En la zona de montaña de la frontera se entendían entre el patois del lado francés y patués del lado español. El maquignon los acompañaba por las casas que vendían las mulas jóvenes, pero mi abuelo no necesitaba ni al maquignon ni al primo de casa Agustina para entenderse con los montañeses franceses.

Ayuntamiento de Benasque en 1913. Sentado, el segundo por la derecha, MARCIAL RÍO de casa Agustina. (Foto: Jorge Mayoral Meya).

Por la mañana, que había mucho sueño, a mí me mandaban a soltar los corderos por los campos de aquí cerca. Las fincas que se habían cultivado con trigo y cebada y que ya se habían segado eran para los corderos. Yo tenía siete años y ya iba a guardar los corderos. Me pasaba el día corriendo detrás de las ovejas, porque corrían más que yo. Las vacas en verano las enviaban a la montaña; en casa había pocas, en la mayoría de casas dos o tres máximo. Fundamentalmente, lo que se criaban eran mulas para trabajar en los campos de Castilla, Huesca, Tortosa, etc. Los últimos años de las mulas, iban a las ferias y volvían quejándose del desastre que era recriarlas porque no recuperaban lo que les habían costado, pero no cambiaban de modelo económico. La gente no era dada a viajar o a conocer otros lugares y poder ver cómo cambiaba la vida -tampoco había posibilidades económicas para hacerlo- y se aferraban a un modo de subsistencia tradicional sin ver que estaba agonizando.

¿Quedaba tiempo para jugar y divertirse?

Los niños jugábamos a los pitos (canicas), al redol (el aro) y a la pelota, que llegó pronto. En la antigua escuela, en la plaza, los jóvenes jugaban al trinquete, al frontón con la mano. La pared era de piedra, pero había una frontera de yeso. La pelota muchas veces caía en los huertos de Sansa, Ramondarcas, Matías… y la recogían corriendo para que no les echaran la bronca.

Todos los fines de semana había baile en la plaza. En la orquesta había una guitarra, un laúd, un violín… tocaban el abuelo de Agapito Dorotea, el padre de Enrique Oros, Jorge Siresa y algunos más. Ahí bailaban todos, solteros, casados… luego ya vinieron los profesionales.

Para la fiesta se plantaban mallos en la plaza, que era de tierra, se encajaba el tronco en el agujero y se subía tirando entre todos. Eran pinos pelados que se traían de Pinedo y se dejaban sólo las ramas de arriba. El que llegara a coger el cordón de la punta, ganaba el árbol. La orquesta se quedaba dos días enteros, para hacer el baile de mayodormos, el baile de los mozos a La Encontrada y el baile de la tarde-noche.  Los críos dábamos vuelta alrededor del turronero que subía de Graus; recuerdo que tenía una vara y si nos acercábamos demasiado nos daba con la vara diciendo: “se mira pero no se toca”.

¿Le gustaba ir a la escuela?

Estuve en la escuela de Chía hasta los 10-11 años. En Los Escolapios de Barbastro hice hasta 4º y revalida. Si me sacaron a estudiar es porque mi abuelo materno, que era secretario de Gistaín, Plan y San Juan, logró convencer a mi padre. Me gustaba ir a la escuela y sobresalía entre los demás niños; el maestro vivía en casa Bringué y me preparó para examinarme de ingreso.

Años 20, en la plaza de Gistaín. Familia de casa Pardina (los abuelos maternos de José Antonio). Foto: Casa Bringué.

Estuve cuatro años interno en Los Escolapios. De Barbastro a Chía venía sólo en verano y Navidad, en coche de línea, parando en todos los pueblos y con unas carreteras de miedo. En la baca del techo iban los equipajes. Eran años de mucha escasez. Yo he visto las cartillas de racionamiento, eran cupones para el arroz, la harina, el azúcar, que era moreno y malo. El que tenía dinero y medios, lo conseguía por otro lado. En casa el azúcar era blanco, mi abuelo se movía muy bien en Gistaín y conseguía cosas de Francia.

(Fotos de Barbastro de los años 50 y 60 de Jorge Mayoral Meya)

¿Y después de los Escolapios de Barbastro?

Al acabar 4º y reválida, tendría 14 años. Mi padre quiso que volviera a casa para trabajar. A mí me parecía que trabajar todo a mano no tenía ningún futuro, viendo el esfuerzo que se invertía para un rendimiento miserable, tenía claro que yo me iba a estudiar. Aquí había una pareja de bueyes (la mayoría de las casas labraban con vacas) y me tocaba labrar a mano con los bueyes y el arado romano. Yo me hacía muchas preguntas mientras trabajaba; eso era una aberración, me descomponía. Tenía 16 años. Las esquinas se hacían a mano, para recoger apenas un cuarto de kilo de cebada más… Claro, cuando no se ha salido del pueblo y el argumento es “se ha hecho siempre así”, no se tiene perspectiva ni amplitud de miras para comprender que las cosas se pueden hacer de otra forma. Hasta mediados del siglo XX, el negocio de las mulas había dado cierto margen para vivir con comodidad, la vida era mucho más sencilla y los gastos eran insignificantes. El dinero efectivo venía de las mulas y de algún ternero que se vendía; se comía de lo que daba la tierra (cereal, patatas, el huerto) y la carne de los animales criados en casa (corderos, gallinas, conejos, cerdos); pero todo estaba cambiando y mi padre no quería verlo. Aquello generó muchas discusiones y enfados. Fueron unos años de inflexión en todos los aspectos, lo económico, social, tecnológico, político, etc.

Los que nacimos en los años 30 y 40 en España hemos vivido y sufrido una profunda  transformación del modo de vida en todos los aspectos.

Mi padre tenía dos hermanos y una hermana. Ella se casó en Castejón de Sos, en casa Puyol que era tienda de ultramarinos. Mi tío José, el pequeño de los hermanos de mi padre, murió en la batalla del Ebro. Un hermano de mi padre, tío Antonio, había estado en el seminario muchos años, pero se salió antes de ordenarse cura y entró en el ejército. Fue a Marruecos y allí le cogió el alzamiento. En realidad, sabía más de latín que de táctica militar. Cuando acabó la guerra era teniente y lo destinaron a Zaragoza. Como sobraban militares en aquellos años de la postguerra, entró a trabajar en el Ministerio de la Vivienda en Zaragoza. Fue él quien me ayudó a ir a Zaragoza, donde hice Bachillerato y la licenciatura de Químicas. Una vez allí conseguí una beca para pagarme los estudios. Sólo podía entenderme con mi tío Antonio. Le decía, “yo aquí no me quedo”. Al terminar químicas en Zaragoza con una beca del Estado, me fui a Barcelona a hacer el  doctorado con una beca de los americanos.

La vida en Barcelona tampoco sería un camino de rosas

Yo tenía 28-29 años cuando murió mi madre. Ya estaba en Barcelona, en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) con un contrato con una agencia americana que me pagaba una beca de 7.000 pesetas al mes que me permitía vivir. Investigaba en polímeros ocho horas al día; de seis a nueve de la noche estaba dando clases en un colegio para mejorar mis ingresos. Aquellos contratos con las agencias americanas eran como unas capitulaciones, vendías el alma, porque firmabas que renunciabas a cualquier titularidad sobre tus hallazgos, y la utilización y ventajas que se sacaran de tus investigaciones eran propiedad de la empresa que pagaba la beca. Cada mes se hacía un informe de los avances de los proyectos en marcha. El primer polímero que aguantaba 400º de temperatura sin destruirse fue fruto de mis investigaciones.

Y llegó el momento de casarse y crear su familia

En 1970 me casé con María Pilar Cortés en Zaragoza. Ella estudiaba Filosofía y Letras en la Universidad de Zaragoza, que fue donde nos conocimos. Tuvimos tres hijos: Jesús que vive en Londres, el segundo, que murió antes de nacer, y Juan que vive en San Francisco. Tenemos seis nietos: Victoria y Juan, hijos de Jesús y su mujer, que es inglesa; Jaime, Pilar, Rita y Enrique, hijos de Juan y su mujer, que es lisboeta.

María Pilar y José Antonio con Mercedes y Marcial, los padres del novio. (Foto: casa Bringué)
La novia, María Pilar, con su suegra Mercedes

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Juan y Jesús en Chía (Foto: casa Bringué)
Jesús en la puerta de la casa vieja.

 

 

 

 

 

 

 

 

Jesús y Juan con su abuelo Marcial Río Ballarín (Foto: casa Bringué)

¿Qué aconseja a sus nietos?

Educación, preparación y constancia en lo que les guste estudiar y trabajar. Y cada vez es más imprescindible. Los robots ya empiezan a funcionar, y no tardarán en llegar para las cosas manuales, con lo que esos trabajos van a desaparecer.

Graduacion IESE de Juan en 2005. José Antonio, Juan y María Pilar.

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Cómo ve el futuro de Chía?

A mi entender, aquí hay dos posibilidades hoy por hoy: el turismo y la ganadería extensiva. El problema estructural que tenemos en este valle es la mala comunicación: tanto en lo que se refiere a los sistemas de transporte, como a las telecomunicaciones. Deberíamos estar bien comunicados hacia Europa y hacia el resto de España. La nieve tiene un futuro incierto con el cambio climático. Para invertir en industria hay que contar con buenas comunicaciones para sacar el producto. Suiza tiene una magnífica industria de precisión de alta tecnología, también industria química y farmacéutica potente, ¿por qué? porque tiene unas comunicaciones fantásticas… y es el país más montañoso de Europa; es un queso gruyere, hay túneles por todas partes para no tener que subir y bajar las montañas para ir de un sitio a otro, lo que permite el transporte de mercancías en tiempo razonable. Y en Suiza se respeta mucho el medio ambiente y la ecología.

Fiestas de La Encontrada 1984.

 

 

 

 

© VILLA DE CHIA.   Puede utilizarse la información contenida en este blog citando la fuente siguiendo el patrón explicado en http://www.citethisforme.com/es/cite/blog siempre que sea sin fines lucrativos.

 

CIEN DÍAS DE INDULGENCIA

La «indulgencia” es una gracia o favor que se vincula al cumplimiento de una acción piadosa, como por ejemplo, visitar un santuario, rezar una oración, etc. No es un sacramento, como la penitencia, y puede ser concedida por el papa, los obispos y los cardenales.

 

Pedro Cantero fue nombrado obispo de Barbastro en 1952, de Huelva en 1953 y arzobispo de Zaragoza en 1964. Fue un influyente personaje en el franquismo, no exento de polémica. Procurador en Cortes (1967-1977), Consejero del Reino (1969-1977) y Miembro del Consejo de Regencia. Falleció en Madrid en 1978.

El 8 de octubre de 1952 acudía el Obispo de Barbastro, D. Pedro Cantero Cuadrado en visita pastoral a nuestra villa de Chía y otorgaba cien días de indulgencia -por cada vez- a quienes rezaran una Salve ante la imagen de la Virgen de La Encontrada.

Es costumbre de los devotos de La Encontrada, rezar una Salve cuando se van de Chía y pasan por debajo de la ermita, cuando entran en el Valle, cuando piden algún favor, o cuando dan las gracias. Muchas, muchísimas, son las Salves que se han rezado y se rezan a la Virgen de La Encontrada.

Hoy se cumplen 70 años de aquella visita pastoral. El decreto, firmado por el obispo, sigue expuesto a las generaciones de cardigasos y visitantes que acuden a la ermita y rezan una Salve.

 

© VILLA DE CHIA.   Puede utilizarse la información contenida en este blog citando la fuente siguiendo el patrón explicado en http://www.citethisforme.com/es/cite/blog siempre que sea sin fines lucrativos.