Juan MARTIN BALLARÍN nació en Chía el 20 de marzo de 1943. Hoy cumple 80 años.
Hijo de Josefina Ballarín Gairín, de casa Chongastán, y de Lisardo Martín Plana, de casa Matías.
Fuimos cuatro hermanos: yo, el primero, Félix, Emilio y Enrique, que falleció.
Cuando mi nieto mayor cumplió 9 años, vi lo que abultaba y le dije, yo no era tan grande porque no he comido como tú, no había yogures ni petit suisses; pero es a partir de los 9 años que tengo conciencia de la vida. En 1952 tenía 9 años, en Castejón había tres carniceros, Ramón de Pallás, Manolo de Pallás y Mancurro. Manolo le dijo a mi padre “¿me dejarías al chico para cuidarme los corderos?”. Los carniceros tenían sus ovejas y corderos para el verano. “¿Y cuánto le pagarás?” dijo mi padre, “5 pesetas al día durante julio y agosto”. Sólo aguanté 35 días. Mi madre bajaba a por el pan todos los lunes con el burro tordillo que teníamos y cuando sacaba las orejas por el túnel ya lo veía. Un día bajó mi padre y yo me agarré y le dije que no quería estar en Castejón, me trataban muy bien, pero añoraba la casa y la familia.
En invierno iba al colegio, no me gustaba mucho. El día que tenía que cuidar vacas o corderos, contento, porque no tenía que estudiar la lección. Salíamos a las cinco de la escuela y nos íbamos a correr, a jugar o a coger pájaros. Esperábamos al día de San José para ir a cazar las culroyas (con la cola roja) y las viudetas (más oscuras), poníamos 15-20 escarpells (cepos) por el prau de Garsía y Sanson. Se pelaban, se rustían y las comíamos con arroz o cebolla, había más huesos que otra cosa, pero daban muy buen sabor al arroz o a la cebolla. Hace poco le enseñé a mi nieto Diego dos engañapastós (pájaros blancos que se paraban encima de las ovejas).
Con 10 años me contrataron de rebadano a la montaña. Había un vaquero para cuidar las vacas y le ponían un chico pequeño para bajar a buscar el pan o bajar a avisar si había un problema. Aquel verano me pagaron 14 pesetas al día.
Con 11 años me contrató Ramón de Presín para el verano, a 14 pesetas al día.
A los 12 años un tío mío cogió las fiebres y como teníamos las ovejas en Ñara y mi padre no abundaba me envió a mi diez días a cuidarlas; Marcial de Bringué, que era el alcalde, le decía a mi padre que si no me llevaban a la escuela no le pagarían la cuota de escolarización. No podía mover las vallas de madera y no llegaba para clavar los postes. Mi padre labraba en La Coma, mi madre bajaba los bueyes a casa y él subía por Pinedo y els pradets de la Creu hasta Ñara para cambiar las vallas, porque se estercolaba un cuadro de la finca cada noche.
A los 14 años se acababa el colegio y pasé a cuidar las ovejas que era lo que me gustaba. Cuando empecé, mi padre tenía 30-40 ovejas, llegamos a tener 140-150 cuando me cuidaba yo. Entre Todos los Santos hasta San Pedro las sacaba todos los días, y en junio subían a la montaña. Lo mío era guardar las ovejas.
Con 17 años estuve de mozo segundo en casa Castán, Enrique Ramondarcas era el primero mozo. Yo estaba para labrar con los bueyes.
Mariano Castán me dijo que fuera a Zaragoza a hacer el Servicio Militar y firmé de voluntario para 20 meses, entre 1962 y 64. Yo no había pasado de Graus y no me gustó nada estar en la ciudad. Estaba de camarero en la residencia de oficiales, creo que allí se me despertó el gusanillo de la hostelería; aunque cuando llegó la pista a la pila La Coma yo ya pensaba en poner un chiringuito para dar jamón, vino y cerveza, pero no sabía cómo enfriar las cervezas, todavía no conocía los generadores de gasolina. Pensaba, si los de Cornel me vendieran el prau, pondría un chiringuito.
El día que me licencié fui a despedirme de los Castán y me dijeron de qué quería trabajar en Zaragoza, y ya les dije que de nada, que a mi me gustaba trabajar en casa.
Mientras estuve en la mili mi hermano Félix se cuidó de las ovejas. Luego las pusimos a medias en Bacamorta, pero las vendimos al año siguiente, en 1965, porque no fue bien. Fueron las primeras ovejas de Chía que se vendieron y nos dedicamos a la patata. Invertimos las perras de las ovejas en un 600.
Con el 600 corría mucho por el valle. Cuando vine de la mili, Pepita servía en Castejón, en casa del veterinario. Nos conocimos en la fiesta de Eriste.
En 1973 Pepita trabajaba en la fonda Josefina de Seira, que eran primas. Me preguntó Josefina un día se quería trabajar en la Central, le dije que no, que estaría mirando todo el día a La Garriga controlando por dónde pasaban las ovejas.
Me considero progresista y emprendedor, porque siempre he tenido visión de futuro. Mi padre decía que había que sembrar y cosechar trigo para tener pan; pero supo escucharme cuando le propuse cambios, me dejó tener iniciativa. Teníamos un par de bueyes, un burro y una yegua, cuatro cabezas. Le propuse vender dos bueyes y comprar dos machos que servirían para la carga y para labrar. Me dijo, “¿cómo desyermarás?”, y le dije “pues con los mulos, como en la tierra baja”. Los vendimos en la ferieta de Castejón, en diciembre, nos dieron 15.000 ptas por buey. Con lo de un buey compramos dos machos. El caballar ya iba a la derrumba, pagamos 7.500 pesetas por cada macho. Guardamos sólo el burro. Les enseñamos a labrar y sembramos patatas recién venido de la mili, en 1964. El cobertizo de casa estaba lleno de patatas, cogíamos 30.000 kg. Unos andaluces de Almacellas subían con dos camiones SABA que cargaban 3.000 kg (60 sacos de 50 kg) cada uno, 6.000 kg por viaje, nos daban 18.000 pesetas cada día (a 3 pesetas el kilo).
En 1973 compramos un Barreiros, el primer tractor que tuvimos en casa.
En 1974 me casé con Pepita Carrera Puyal. Es de Molinet d’Aiguascaldas. Tenían horno, molino, electricidad, su padre carpintero y su madre llevaba la posada para los que cargaban la madera con los machos. Nos casamos en Campo.
Después de la patata, vino la leche. Daniel de Casabón cargaba el burro con 3 bidones y los llevaba al empalme. Ayudó poco económicamente, fue un fracaso, porque al litro de leche había que descontar el kilo de harina. La leche se pagaba muy mal.
En los años 50-60-70 había una relación familiar entre todos. Los vecinos íbamos a femiar con las espuertas, se sacaban la petaca para hacerse un cigarro y contarse las cosas. Unos más amigos que otros, pero se podía confiar en casi todos. Cuando se labraba, los bueyes descansaban 20 minutos cada dos horas, se cogía la bota y la alforja y se alternaba con los que trabajan en el campo de al lado. Había mucha más humildad. Cuando había que traer bargas de heno, podías pedir el burro al vecino para acarrear la hierba. O si a alguno se le fastidiaba un cabo (la pareja del par de bueyes), siempre alguien te dejaba el suyo. Había más convivencia y las casas tenían lazos de familias con las otras. Se mataba el cerdo en noviembre y, por ejemplo, se juntaban Ramondarcas, Matías y Chongastán. Mataba Matías y nos juntábamos con Aceiterero, Chuana y nosotros. Adelina de Chuana era hermana de mi padre.
Cuando terminaron de hacer la granja de Unesas, empecé yo a hacer la mía. Fui a Villanova a pedir a Ballabriga que me dejara el remolque de madera que basculaba para allanar el terreno y hacer la granja delante de casa rascando con la pala del tractor. Mi mujer decía, “no tiene un duro y quiere hacer una granja”. En 1978 entraron 22 vacas en la granja de casa, había 30 plazas.
En 1979 subí los bidones a la falsa, fui el primeo en dejar de ordeñar. Y aquí me decían “una vaca un ternero, no irás lejos”. Pues ya aumentaré poco a poco, pensé. Al día siguiente de San José las vacas iban para La Garriga, el pajar estaba lleno de hierba y rebasto y allí podíamos regar. En la Garriga siempre guardaba 4 terneras cada año. A los pocos años, aquí ya teníamos 30 vacas y con barras de freixe hicimos un cubierto con un toldo en Trieras. Ahora tenemos unas 90 cabezas.
Mis hijos nacieron en 1975 (Begoña), 1976 (Juanjo) y 1986 (Judit). Lo del restaurante fue un embarazo largo. Llegó un día que había que sacar las cuadras del casco urbano, el plazo acababa en 2002 (luego se alargó a 2003). Este edificio para tractores y hierba estando las vacas allá arriba, empecé a darle vueltas a cómo reconvertir esa cuadra. Los genes también se heredan: la madre de mi padre, en casa Matías, ya se dedicaba a la cantina. Bajé a Graus a buscar un arquitecto para ver qué se podía hacer en esta cuadra que todavía estaban los terneros: 22 m de largo por 12 de ancho. Sólo quería un anteproyecto para tener una idea, era 1999. Mi hermano Félix se estaba haciendo la casa.
Mi hija Begoña trabajaba en la notaría de Benasque, pasaron cinco años hasta que quiso dejarlo y recuperar el anteproyecto de restaurante que había encargado yo. Abrimos en 2006.
La ganadería, si no viene gente joven, que lo veo difícil, no tendrá futuro; esto terminará siendo un coto de caza para jabalís, corzos y ciervos. Lo que más temo es que perderemos los caminos principales, las piedras van siempre para bajo y las barzas se cruzan, ya hemos perdido los caminos secundarios. O el Ayuntamiento los conserva, o los perderemos. Esto acabará siendo un bosque.
Chía crecerá, no irá para abajo. Hace falta una urbanización para economías medias, de casas adosas. En los últimos 50-60 años ha cambiado mucho la vida, las abundancias de ahora no las había antes; la calidad de vida ha subido siempre, podrá estancarse, pero no volveremos a lo de antes.
Tengo cuatro nietos: Hugo, Diego, Alex y Jorge. Hugo, que ya tiene 15 años, preguntó a sus padres si le pagarían la matrícula en la escuela de hostelería del País Vasco, porque él quiere vivir aquí y si estudia otra cosa se tendrá que ir del Valle. A mi me emocionó saberlo, es muy importante para el futuro de casa Chongastán que los nietos quieran vivir aquí. La ganadería de casa Chongastán desaparecerá; aunque el segundo de Begoña es de monte, cuando vamos a la montaña se revuelca en el campo porque le gusta oler a monte. Yo les aconsejo que primero que estudien y, luego, que les enseñen a trabajar. A veces uno puede recibir mucha cultura, pero si no se tiene inteligencia, que se lleva en los genes, de poco sirve saber. Les tengo prometido que cada diez que saquen, 10 euros que les doy.
Ahora disfruto mucho de la familia, sobre todo, de mis nietos. La familia es lo más importante. Estoy animado después de estas operaciones y emocionado de estar en casa, aunque he dejado 4 kilos en Zaragoza. Tengo unos hijos que valen un tesoro.