San Antón nos ha traído hoy lluvia, frío y, en los altos, un poco de nieve. Hasta el último tercio del siglo XX era día festivo en Chía, como vimos en la entrada del miércoles. En el mes de enero, de poco trabajo en los pueblos de montaña, de mucho frío y pocas horas de luz, se agrupaban varias celebraciones en los pueblos de montaña. En Chía, para San Antón, era la fiesta pequeña que aglutinaba celebrar San Antón, patrón de los animales, San Sebastián, patrón de los casados, y San Vicente, el santo de la iglesia parroquial.
Dicen en Chía que TA SAN ANTÓN DE CHINERO, TRACHINA (o camina) UNA HORA MÉS EL TRACHINERO (Para San Antón de enero, trajina -camina o trabaja- una hora más el trajinero), porque a partir del solsticio de invierno “cada tarde aumenta el día una pata de cabra” hasta el 20 de enero (San Fabián), que ya se ha ganado una hora de luz. El gremio de los trajineros lo integraban los arrieros (muleros o acemileros) y carreteros. Durante diez siglos fue la forma principal de transporte de mercancías en España y la manera en la que fluía el comercio entre Zaragoza y el valle de Benasque y hacia la vecina Francia. Para fomentar el comercio y el transporte, este gremio tuvo privilegios desde la Edad Media; los Reyes Católicos les concedieron estatuto legal. Y esos trajineros, en su ruta entre Zaragoza y Toulouse por el Camino Real, que pasaba por Chía, transitaban por nuestra Villa hasta principios del siglo XX en que se terminó el tramo del Ventamillo (1914) y “el tráfico” se desvió por el fondo del valle, siguiendo el río. Ya hablaremos de los trajineros, lo que transportaban y su equipo (albarda, cincha, ramal, garabato, etc.). San Antón es su patrón.
Dice también la tradición que San Antón curaba el “fuego usabroso” o “fuego de San Antón” que producía en el cuerpo úlceras y llagas que “quemaban como el fuego”, además de alucinaciones, convulsiones y trastornos mentales. Ahora sabemos que esta enfermedad está producida por el cornezuelo del centeno (un hongo que parasita este cereal cuando está húmedo); así que esta enfermedad, el ergotismo, es una intoxicación por comer pan de centeno parasitado por el cornezuelo.
San Antón se representa con un tocino porque cuenta la leyenda que curó a un cerdo herido y éste lo acompañó toda la vida. En España es considerado como el abogado o protector de los animales (en otros países es San Francisco de Asís). Ese día el cura de Chía bendecía a los animales domésticos y la gente llevaba velas a la ermita del Santo, que está a las afueras de Chía por el camino que lleva a Puntillo, para pedir protección para sus rebaños, mulas y caballerías, que eran especialmente importantes para el buen funcionamiento de la casa y la economía. En algunas casas de la montaña, ese día no trabajaban las caballerías y se les daba doble ración de hierba. Si había algún animal enfermo en la casa, se llevaban al Santo algunas partes del cerdo, la cabeza, la cola o las patas, como ofrenda al pedir la curación del animal. Para San Antón se freían patatas a rodajas y luego revolvían con huevo, longaniza y tocino.
Hace unos meses, en la plaza de Chía, Toño de Sanson, Juan de Treseta, Federico de Sansa, Juan de Chongastán, Feli de Gregoria, Luisa de Barbero, Toñita de Choldián y Jacqueline de Bringueron recordaban ese día: “Diban misa primero y després se feba la pllega”. Pasaban por todas las casas, primero los mayores, luego los jóvenes y después los críos. Se recogía trigo, jamón, pan, vino, trunfas, ous, tosino, llonganisa… aprovechando que ya se había matado el cerdo; por la noche se organizaba una lifara (comida popular) en casa Matías. Conchita Matías feba un poncho molt bueno. Y luego se bailaba. Beniba Escané a Ca Santamaría dan su cordeón. Yeba d’ensima de Noales, anaba coixo. Altros ans ballabam a Ca Artasona, Matías, o Chemecás”. Las partes del cerdo más apreciadas que se recogían eran las patas (o manos) que se subastaban, también el trigo, y el dinero que se sacaba se destinaba a la parroquia.
Durante esta “fiesta pequeña”, en Chía también se encendía una hoguera por la noche. El fuego es un elemento purificador (algunos quemaban ropas y trastos viejos); estas hogueras marcaban el final de una etapa (el invierno), pero también que empezaba otra, la luz empezaba a llegar de nuevo, pronto el sol calentaría la tierra. Feli de Gregoria recuerda que las mujeres se molestaban porque les cogían las ramas de boj que protegían las coles de invierno y las usaban para encender esta hoguera de los Santos barbudos y capotudos. El domingo hablaremos sobre la ermita.
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