Estos últimos días de septiembre, hasta la feria de San Miguel (29 septiembre), eran de transición entre el fin del verano y el núcleo del otoño. En octubre hablaremos del inicio del «ciclo agrícola ganadero tradicional», tal y como se vivió durante siglos en la montaña. El año económico «empezaba» en octubre.
El martes 22 de septiembre a las 15:31 hora peninsular de España, comenzó oficialmente el otoño 2020 del Hemisferio Norte. Esta estación está relacionada con el atardecer de la vida; cambia el tiempo y el día se acorta, pero todavía había mucho trabajo por hacer antes de que llegara la nieve a los campos (por las cumbres puede caer nieve incluso en agosto). Aquí se decía «Ta l’agüerro, fayena tiene el trachinero» (En otoño, trabajo tiene el trajinero). En otoño tocaba acarrear y cortar la leña para el invierno, recoger las nueces y manzanas que estaban en los campos, preparar las gavillas de fresno para los animales, sembrar el cereal, recoger las patatas y las cebollas, plantar las coles de invierno y las escarolas, aprovechar las moras, endrinos, avellanas, robellons, cazar el chabalín…
Estos días tocaba preparar los cereales para la siembra: trigo, centeno, cebada/ordio. Con el trigo se hacía harina para el pan de todo el año, el centeno era para las ovejas, el ordio/cebada para pienso que comían las caballerías, también para engordar los corderos. Las mujeres preparaban un líquido de vidriolo (sulfato metálico) para tratar las semillas antes de sembrarlas. A la hora de sembrar, nos explica Federico de Sansa que hay que saber hacerlo, de derecha a izquierda, con la mano suelta, en tres tiempos, para que la semilla se distribuya y no caiga toda en el mismo sitio. La siembra se hacía en septiembre, para que las semillas enterradas se empaparan primero con el agua del otoño y luego con las nieves del invierno. De esta forma, en primavera, con el renacer de la vida, brotaban las semillas y crecía el cereal que se recogería en verano.

En Chía, la tierra se araba con bueyes mayormente, también se usaban caballos, mulas y, los menos, vacas; la mecanización no se generalizó en el valle hasta los años 60-70.
Los bueyes son toros que se han castrado después de la pubertad para destinarlos a carga y trabajos agrícolas. Nos explica Federico Mur de Sansa que si se paraban, se les pinchaba en el trasero con un palo de avellano que llevaba un clavo en uno de los extremos, la unllada (en español, aguijada) y que no bastaba con pasar el arado, luego había que deshacer los terrones de tierra, en patués, estorrocá, con una azada o azadón. Cuenta que tuvo una pareja de bueyes muy buenos que habían castrado su padre (Martín Mur Gabás) y uno de sus hermanos (de qué Santamaría); por las mañanas salían de casa y se iban solos hasta el campo que estaba a medio labrar y se colocaban cada uno a un lado del arado. «De la pericia del labrador y de la experiencia de los bueyes dependía hacer los surcos bien rectos», nos dice.
Otro refrán es el de «Buen tiempo en septiembre, mejor en diciembre», lo que ayudaba a realizar todos estos trabajos en unas condiciones más agradables. Y también «Truenos tardanos, fríos tempranos. Truenos tempranos, fríos tardanos».
La luz, los olores y los colores de otoño están cargados de matices, brillos y reflejos, es el tiempo en el que la naturaleza muestra su madurez.
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